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Cuidados, emociones y políticas públicas. Reflexiones desde el caso portugués

Resumen

Las políticas públicas de contención de la deuda pública adoptadas en Portugal entre 2010 y 2015 aplicaron duras medidas de austeridad, restringieron el Estado Social y afectaron significativamente las condiciones de vida de una gran parte de la población que, para sobrevivir, recurrió a redes informales de asistencia y cuidado que, a su vez, transformaran la experiencia de la vida vivida y generaran nuevas gramáticas emocionales. Basándome en el trabajo de campo realizado en Portugal entre 2012-14, exploraré el impacto de las políticas de austeridad en la vida cotidiana de las personas, en las formas en que gestionan sus vidas y también en su percepción de sí mismas y en su experiencia de la vida vivida.

Palabras clave:
cuidado; emociones; políticas públicas; Portugal; austeridad

Resumo

As políticas públicas de contenção da divida pública adotadas em Portugal entre 2010 e 2015 aplicaram duras medidas de austeridade, restringiram o Estado Social e afectaram de forma significativa as condições de vida de grande parte da população que, para sobreviver, recorreu a redes informais de assistência e cuidado, que transformam a experiência da vida vivida e que, por sua vez, geram novas gramáticas emocionais. Neste artigo irei analisar este entrelaçamento entre políticas públicas, cuidado e emoções. Com base no trabalho de campo realizado em Portugal entre 2012-14, irei explorar o impacto das políticas de austeridade nos quotidianos das pessoas, nos modos de gerir as suas vidas, mas também na sua perceção de si e na experiência da sua vida vivida.

Palavras-chave:
cuidado; emoções; políticas públicas; Portugal; austeridade

Abstract

The public policies adopted in Portugal between 2010 and 2015 to contain public debt, introduced harsh austerity measures, restricting the Social State and deeply affecting the living conditions of large sections of the population. In order to face up to this situation, people resorted to informal networks of assistance and care that transformed the lived-in experience of everyday life and produced new emotional grammars. In this essay I will analyze the intertwining relation between public policies, care and emotions. Based on fieldwork carried out in Portugal between 2012-14, I will explore the impact of austerity policies on people’s lives - on the different ways found to manage their lives, but also on their self-perception and on their everyday life experience.

Keywords:
care; emotions; public policies; Portugal; austerity.

Entre 2010 y 2015, Portugal atravesó una coyuntura de profunda crisis económica y social que promovió profundos cambios en los modos de vida de la población, sobre todo a causa de la aplicación de severas medidas de austeridad como método para enfrentar la deuda pública soberana. En este periodo presenciamos un crecimiento significativo del desempleo, reducciones salariales y un aumento brutal de los impuestos, acompañados de cortes en los apoyos estatales a los ciudadanos y en los servicios públicos de salud, educación y seguridad social (Reis et al., 2013REIS, J. et al. 2013. A Anatomia da Crise: identificar os problemas para construir alternativas. Observatório da Crise e Alternativas/CES, Coimbra). En ese contexto, muchas personas se vieron incapaces de enfrentar sus compromisos financieros y garantizar de forma autónoma su sobrevivencia y la de su familia.

Frente a las dificultades para garantizar sus necesidades diarias, las personas recurrieron a procesos informales a fin de lidiar con las carencias a las que se enfrentaban, sea por medio del apoyo ofrecido por las redes interpersonales o por las organizaciones no gubernamentales de solidaridad social, que se convirtieron en una forma frecuente de superar las situaciones de carencia. Las relaciones interpersonales y los procesos de solidaridad y ayuda informales, llevados a cabo por las redes de parientes y vecinos que prestan asistencia y cuidados a nivel personal (Hochschild, 2004Hochschild, A R. 2004. “As cadeias globais de assistência e a mais-valia emocional”. In: HUTTON, Will e Anthony GIDDENS (ed.) No limite da racionalidade - convivendo com o capitalismo global. Rio de Janeiro, Record: 187-209.), constituyeron las bases que les permitieron superar así las situaciones críticas de supervivencia (Borneman, 2001BORNEMAN, John. 2001. “Caring and Being Cared For: Displacing Marriage, Kinship, Gender, and Sexuality”. In: FAUBION, James. (ed.) The Ethics of Kinship. New York, Rowman and Littlefield: 29-46. y L’Estoile, 2014L’ESTOILE, Benoît. 2014. “‘Money is good, but a friend is better’. Uncertainty, Orientation to the Future, and ‘the Economy’.” Current Anthropology. 55 (S9): 562-573.) resultantes de la ruptura del soporte ofrecido por el Estado (social) que ocurrió durante este período. En el proyecto de investigación El cuidado como factor de sostenibilidad en situaciones de crisis que desarrollé en este periodo1 1 Financiamento FCT PTDC/CS-ANT/117259/2010 IR Antónia Pedroso de Lima), entre 2012 y 2014. , la etnografía mostró que la estrategia más frecuente e importante para asegurar la provisión de las necesidades cotidianas fueran el resultado de la solidaridad familiar, del uso compartido de los recursos de la unidad doméstica, de los parientes, amigos y vecinos.

Para fines analíticos, defino estas relaciones de ayuda mutua que se establecen entre los familiares y amigos como relaciones de cuidado del otro en una situación de crisis. Estas tareas esenciales para la sobrevivencia cotidiana, que se realizan de modo informal en la esfera privada, asumieron tal importancia para asegurar la reproducción social, que adquirieron una enorme centralidad en la esfera pública, lo que demuestra cómo estas esferas están permanentemente entrelazadas.

La importancia de las relaciones de ayuda mutua, de apoyo y de cuidado no son una novedad en Portugal, ni una excepción en períodos de crisis. Son constitutivas de la vida social, a tal punto que Portugal ha sido retratado como una “sociedad-providencia” - en contraposición a un “Estado-providencia”- en la que las fallas en el apoyo a los ciudadanos por un Estado frágil e incipiente se mitigan, de algún modo, por las redes de parientes y vecinos que ofrecen asistencia y cuidados a título personal (Santos, 1993SANTOS, Boaventura Sousa. 1993. “O Estado, as relações salariais e o bem-estar social na semi-periferia: o caso português”. in SANTOS, B. S. (ed) Portugal: Um Retrato Singular. Porto, Afrontamento. Pp.15-59.). Esta asistencia y cuidados que hacen posible la vida y garantizan la reproducción social se basan en la empatía, pero sin embargo, frecuentemente conllevan una carga emocional repleta de contradicciones, pues las estrategias movilizadas para garantizar la posibilidad de sobrevivencia se acompañan de la angustia, la incerteza, la vergüenza y/o la humillación.

En este artículo procuro reflexionar sobre el entrelazamiento entre las políticas públicas, el cuidado y las emociones a partir del análisis de las transformaciones en la experiencia de vida vivida en Portugal durante el periodo de austeridad vivido entre 2010-15 en que, para hacer frente a la ruptura del Estado Social, gran parte de la población recurrió a redes informales de asistencia y a formas de cuidado que, a su vez, generaron nuevas gramáticas emocionales.

Para eso, presento inicialmente un breve recorrido bibliográfico de los estudios antropológicos sobre las emociones y las teorías del cuidado que busca recuperar las intersecciones entre las emociones, el género, el cuidado y el poder, en las múltiples dimensiones en que son constitutivas del lazo social pero también de las desigualdades. A continuación, presento y discuto un conjunto de descripciones etnográficas del trabajo de campo que realicé con familias de clase media en Lisboa y Porto entre 2012 y 2014. Las narrativas sobre cómo se vive la vida durante el periodo de austeridad servirán de fondo para la reflexión sobre el impacto de las políticas públicas en la cotidianidad de las personas, lo que demuestra que la política no es una esfera de acción abstracta, sino que, por el contrario, sus consecuencias son vividas permanentemente por los ciudadanos, lo que tiene consecuencias en las prácticas y condiciones materiales de vivir la vida, pero también en la experiencia emocional del día a día. La experiencia emocional de la cotidianidad que moldea la vivencia y la percepción del mundo no es, por tanto, desconectada de las políticas públicas por lo que las gramáticas emocionales convocadas para interpretarlas y enfrentarlas se convierten en un eje analítico relevante.

El cuidado y las intersecciones entre el género, las emociones y las relaciones de poder

Existe una gran diversidad de obras clásicas de la antropología que han demostrado etnográficamente la relevancia del análisis sobre las diferencias socialmente construidas entre hombres y mujeres en cada sociedad y entre distintos contextos sociales. Entre estos destaco los trabajos pioneros de Margaret Mead sobre Samoa (1928) y sobre los Arapesh, los Mundugumor y los Tchambuli (1935), en los que la antropóloga identifica el carácter cultural y social de las diferencias de comportamiento y de los papeles sociales entre los hombres y las mujeres y describe su importancia en las relaciones de poder en estas sociedades, en las que se establecen algunas comparaciones con la forma como estas cuestiones se constituyen en la sociedad occidental.

El carácter culturalmente construido de las emociones se reconoció hace mucho tiempo por la antropología (Bateson, 1965BATESON, Gregory. 1965 [1936]. Naven: A Survey of the Problems suggested by a Composite Picture of the Culture of a New Guinea Tribe drawn from Three Points of View. Stanford: Stanford University Press.; Mead, 1935; Rosaldo, 1984ROSALDO, Michael. 1984. “Toward an Anthropology of Self and Feeling”. In: Richard SHWEDER e R. Levine. (eds.) Culture Theory: Essays on Mind, Self and Emotion. Cambridge: Cambridge University Press .; Lutz, 1988LUTZ, Catherine A. 1988. Unnatural Emotions: Everyday Sentiments on a Micronesian Atoll and Their Challenge to Western Theory. Chicago: Univ. of Chicago Press.). Entre las diversas etnografías que describen la especificidad de las expresiones y de los significados de las emociones en las sociedades estudiadas, destaco el texto precursor de Marcel Mauss “La expresión obligatoria de los sentimientos” (1979 [1921]MAUSS, Marcel. 1979 [1921]. “A expressão Obrigatória dos Sentimentos”. In: Roberto Cardoso de Oliveira. (org.) Mauss: Antropologia. São Paulo:Ática: 147-153.), en el que el autor describe un conjunto de rituales funerarios australianos y demuestra que las lágrimas, como otras expresiones de los sentimientos, no son fenómenos espontáneos, sino obligaciones sociales.

Aunque las descripciones y reflexiones sobre el género y las emociones aparecen tempranamente en la antropología, estos dos conceptos sólo ganan relevancia como categorías analíticas en las décadas de 1960 y 1970. En este período, se nota un desarrollo significativo de la producción etnográfica y teórica sobre la diversidad de los contenidos sociales del género (Rosaldo, 1984ROSALDO, Michael. 1984. “Toward an Anthropology of Self and Feeling”. In: Richard SHWEDER e R. Levine. (eds.) Culture Theory: Essays on Mind, Self and Emotion. Cambridge: Cambridge University Press .; Rubin, 1975; MacCormack, 1980; Caplan, 1988CAPLAN, Pat. 1988. Engendering Knowledge. The Politics of Ethnography. Anthropology Today. 4(6). London: Royal Anthropological Institute: 14-17.). Al hacerlo, las reflexiones feministas en las ciencias sociales desnaturalizaron el género, definiéndolo como una categoría social construida cultural e históricamente, un elemento central de la constitución de la persona en el mundo y un importante marcador de identidad y diferenciación social. En las décadas de 1980 y 1990 se consolidaron los trabajos sobre género como un campo de estudio autónomo, en el participan diferentes tradiciones disciplinarias, pero en el que la antropología tuvo y tiene un papel central en la perspectiva interseccional que destaca la cercana relación entre el género y otras categorías de diferenciación social, como la clase y la raza (Moore, 1988MOORE, Henrietta. 1988. Feminism and Anthropology, Cambridge: Blackwell Publishers Ltd.; Crenshaw, 19891; Yanagisako y Delaney, 1995YANAGISAKO, Sylvia e DELANEY, Carol. (1995) Naturalizing Power. In: Sylvia Yanagisako e C. Delaney. (eds.) Naturalizing Power. Essays in Feminist Cultural Analysis. London, New York, Routledge: 1-22).

El desarrollo de los estudios sobre el género se ancla en los principios teóricos del giro epistemológico que, fuertemente basado en las perspectivas interpretativas y en la teoría de la práctica, marcó las ciencias sociales en las décadas de 1960 y 70, al defender como campo central de análisis, las relaciones sociales cotidianas vividas y experimentadas por los sujetos en detrimento de la búsqueda de las reglas estructurales de la organización social. La atención analítica a las relaciones interpersonales, a la interpretación de la interacción y a la experiencia de la vida vivida que caracteriza a los estudios de género promueve, simultáneamente, el desarrollo de una mirada analítica sobre las emociones que ahora se comprenden como socialmente construidas y en estrecha articulación con las categorías de género y con los valores e ideales hegemónicos de los contextos culturales e históricos en los que se producen.

Aunque el género, la emoción y el poder suelen analizarse separadamente, hacer el ejercicio de pensarlos articuladamente produce posibilidades fructíferas en la creación de puentes teóricos que permiten comprender la complejidad de su operacionalización en los cotidianos. Cada uno de estos conceptos debe presentarse y contextualizarse en el ámbito de sus múltiples articulaciones y confluencias, de modo que se pueda comprender la complejidad de las relaciones sociales que se constituyen en base a esos procesos.

Esta perspectiva interseccional nos permite cuestionar algunas de las premisas conceptuales de la sociedad occidental presentes en el discurso de las ciencias sociales, en particular los dualismos naturaleza/cultura, hombre/mujer, razón/emoción, privado/público, en los que se inscriben las relaciones de poder. Los abundantes trabajos etnográficos sobre género y emociones producidos en las últimas décadas en diversos contextos sociales revelan que las emociones experimentadas por las personas son dimensiones que articulan la experiencia individual y las categorías sociales en momentos particulares de la procesualidad histórica, las cuales se asocian profundamente a los contenidos hegemónicos de las categorías de género, que se constituyen como importantes dispositivos de legitimación de las diversas manifestaciones y expresiones de las jerarquías y los poderes. Como señala magistralmente Michelle Rosaldo, las emociones no son solamente sentimientos, experiencias biológicas e inconscientes, sino que, por el contrario, “son conocimiento incorporado, saberes que se utilizan como acción en la cotidianidad, que señalan experiencias y significados a través de los sentidos en un proceso que involucra simultáneamente al cuerpo y a la mente, al individuo y al colectivo social al que pertenece.” (Rosaldo, 1984: 143). Al demostrar el carácter social y cultural de las emociones, Rosaldo lleva al centro del debate la socialidad (avant la lettre), el papel heurístico de las gramáticas emocionales y las experiencias vividas que las moldean, lo que demuestra cómo se marcan por el género y simultáneamente se constituyen de significado social, con lo cual se argumenta la inseparabilidad analítica de los dos conceptos.

El concepto de cuidado viene aplicándose en la antropología para referirse a situaciones en las que las necesidades de apoyo -sobre todo desde el punto de vista físico y de la salud, y asociadas principalmente a los niños y a los mayores- se abordan de forma que incluyen, pero no se limitan, al apoyo estatal a los ciudadanos (Benda-Beckman, 1988BENDA-BECKMANN, F. VON (eds.) 1988. Between kinship and the state: social security and law in developing countries. Dordrecht: Foris.). Sin embargo, en la existencia relacional de la vida cotidiana, las personas utilizan “cuidado” en un sentido mucho más amplio para describir los procesos pero también los sentimientos entre las personas que se cuidan unas a otras en diversas dimensiones de la vida social, en una forma de involucrarse que es tanto práctica como emocional. El cuidado es, así, una atención al otro, lo que implica que ser es ser/estar con otros, cuidar y ser cuidado. A menudo es a través de la metáfora del cuidado que las personas expresan sus preocupaciones en relación a los demás. Podemos reconocer este significado en las expresiones portuguesas estou em cuidado com o meu filho (Estoy preocupada con mi hijo), o eu cuido de ti (te cuido), pero también en la expresión inglesa I care about you (Me preocupo por ti). De formas distintas, estas expresiones se refieren a una fuerte atención al otro, que crea mutualidad a través de la relación.

El cuidado tiene, por lo tanto, un doble significado: por un lado, se refiere a una práctica o a un conjunto de prácticas (cuidar al otro) y, simultáneamente, a un valor o a un conjunto de valores (el afecto de quien cuida, el amor y la compasión/empatía de la relación con el otro). Por tanto, el cuidado es siempre relacional y tiene un significado moral, puesto que se construye desde el reconocimiento del otro en nuestra existencia, es a partir de él que construimos las relaciones con quienes nos son cercanos.

La importancia de esta dimensión moral es propuesta por la psicóloga Carol Gilligan (1982GILLIGAN, Carol. 1982. In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development. Cambridge, Harvard University Press.), que defiende la existencia de una “ética del cuidado”, identificada como un punto de vista epistemológico particular de las mujeres que dominan las actividades de cuidado. La autora reconoce que, a diferencia de los hombres, las mujeres tenderían a enfatizar la empatía y la compasión, al desarrollar un sentido de moralidad que se enfoca en las relaciones y la preocupación por los demás. Gillian defiende que los hombres y las mujeres desarrollan teorías éticas diferentes debido a una socialización diferenciada de la cual son objetos, y estas teorías éticas influyen en sus comportamientos morales. Argumentando que en la sociedad occidental se relegó la ética del cuidado al oscurantismo y se la subalternizó como resultado de su asociación con el género femenino, desvalorizado en la sociedad capitalista androcéntrica, Gillian defiende que los hombres desarrollan una ética de la justicia y las mujeres una ética del cuidado basada en la responsabilidad (Ibid.: 165-166).

De acuerdo con Gilligan, la teoría feminista demostró cómo el sistema patriarcal que orienta la sociedad dividió la vida en dos esferas, la pública y la privada, y le otorgó gran valor a la primera en detrimento de la segunda. Además, reservó al género masculino el predominio en la esfera pública de la vida y circunscribió a las mujeres a la desvalorizada esfera privada. Las mujeres, investidas de una falsa soberanía en el hogar, aseguran el cuidado y la atención a los demás, y se socializan para que asuman este papel. De acuerdo con la escala de valores androcéntricos que guían nuestras vidas, lo que ocurre dentro de la esfera privada y las tareas que allí desempeñan las mujeres gozan siempre de menos prestigio social que las actividades que realizan los hombres en el espacio público. En esta perspectiva, no sólo las tareas de cuidado no tienen prestigio social, sino que se piensan como una obligación femenina, que las circunscribe al ámbito doméstico y privado, y les resta valor social. O sea, no sólo se asume como una tarea femenina, sino como una obligación femenina.

En línea con este argumento, Joan Tronto (1993TRONTO, Joan C. 1993. Moral Boundaries. A political argument for an ethic of care. London: Routledge.) defiende que la capacidad de cuidar es un atributo moral positivo en las relaciones personales, pero también es un elemento central en las dinámicas políticas institucionales más amplias. La principal contribución de Joan Tronto al debate sobre el cuidado es, precisamente, definirlo como un proyecto político, una nueva teoría moral y un aparato conceptual para la construcción de sociedades más justas, más igualitarias y más democráticas donde la ética del cuidado surge como una crítica al individualismo. Para Tronto, las diferentes fases que constituyen el cuidado se asocian a cuatro elementos morales y éticos. La primera etapa se refiere al reconocimiento de la necesidad de cuidados y su calidad moral es la atención. La segunda involucra asumir el cuidado y su categoría moral es la responsabilidad. La tercera etapa es la prestación real de cuidados y su noción moral es la competencia. La cuarta y última etapa es la de la recepción del cuidado y este sería un momento moral para la capacidad de respuesta de la persona cuidada. En la misma línea de argumentación, Todorov, en su trabajo sobre una “antropología moral” (1995) afirma que entre las “tres virtudes comunes” -dignidad, cuidado y vida de la mente- el cuidado es el “acto moralmente superior”.

Al seguir la sugerencia de Gilligan (1982GILLIGAN, Carol. 1982. In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development. Cambridge, Harvard University Press.) para que los investigadores se centren en la “ética del cuidado”, John Borneman defiende que la “ética del cuidado” es una voz femenina en oposición a una voz masculina de la “ética del bien” (1997). Mientras históricamente el cuidado se consideraba en muchas partes del mundo como una especificidad o especialización femenina, se acepta hoy que la articulación entre el cuidado y el reconocimiento de los derechos -el “bien”- se diferencian empíricamente por género, por clase, por “culturas” o sociedades. Para Borneman, el “cuidado” y el “bien” no se oponen ni teórica ni esencialmente, sino que, por el contrario, se interrelacionan: cuidar y ser cuidado son necesidades humanas fundamentales, presentes en todas las sociedades, son parte de un proceso ontológico al cual las ciencias sociales deben prestar una atención renovada (Ibid.: 574).

En un sentido semejante, defiendo que, si las prácticas de cuidado son relacionales y basadas en una motivación de “ver por el otro “, todo análisis sobre el cuidado debe construirse articulando acciones y disposiciones morales constitutivas del lazo social (Cf. Lima 2016LIMA, Antónia Pedroso de. 2016. “O cuidado como elemento de sustentabilidade em situações de crise. Portugal entre o Estado providência e as relações interpessoais”. Cadernos Pagu. (46): 79-105. ). El eclecticismo de las formas de cuidar al otro se traduce en múltiples términos y expresiones, que se activan en diferentes contextos y que garantizan un amplio abanico de valores, compromisos, derechos y obligaciones involucrados en las prácticas de “cuidar” de los que nos son capaces, autónomamente, de cuidar de si mismos.

Los relatos etnográficos ofrecen una amplia documentación sobre la diversidad de relaciones en las que se expresa el cuidado (Weismantel, 1995WEISMANTEL, M. (1995) Making kin: kinship theory and Zumbagua adoptions. American Ethnologist. 22(4): 685-704.; Carsten, 2000CARSTEN, Janet. 2000. “Introduction: Cultures of Relatedness”. In: CARSTEN, Janet (ed.) Cultures of Relatedness: New approaches to the study of kinship. London, Cambridge University Press.; Viegas, 2003VIEGAS, Susana de Matos. (2003). ‘Eating with Your Favourite Mother’: Time and Sociality in a South Amerindian Community (South of Bahia/Brazil). Journal of the Royal Anthropological Institute. 9 (1): 21-37.). En la antropología, las reflexiones sobre el cuidado están abundantemente presentes en los análisis de las relaciones de parentesco, no obstante, sin que se utilice el concepto para definirlas. Como afirma Sahlins, el sentido de familia es el de una pertenencia intersubjetiva en la que las personas se ven como intrínsecas en la vida de las otras, y que comparten una mutualidad de ser: “(...) en general, los parientes son personas que se pertenecen unas a otras, que son miembros unos de otros, que están copresentes unos en otros, cuyas vidas están juntas y son interdependientes” (Sahlins, 2011:11SAHLINS, Marshall David. 2011. “What kinship is (part one).” Journal of the Royal Anthropological Institute. 17 (1): 1-19.).” En suma, como lo define Joan Tronto, “el cuidado es todo lo que hacemos para continuar, mantener y arreglar el mundo para que lo podamos vivir lo mejor posible2 2 https://www.youtube.com/watch?v=H-utAjZ_obc ”.

Cuidado, género y emoción: Vivir con vergüenza en el periodo de austeridad en Portugal (2011-15)

El periodo de austeridad que se vivió en Portugal entre 2010 y 2015 cambió la cotidianidad, los modos de vivir y de gestionar la vida, pero también transformó profundamente la forma en que las personas se vena sí mismas. Una de las cuestiones que surgieron desde el inicio del trabajo de campo fue la clara diferencia en la manera en que los hombres y las mujeres enfrentaban las dificultades para garantizar el sostenimiento de sus unidades domésticas en situaciones de disminución de renta y de aumento del costo de la vida. Las mujeres, más que los hombres, aceptaban cualquier tipo de trabajo remunerado “porque tenían que hacerlo”; como decían con frecuencia, “tenían que dar de comer a sus hijos”. Fueron también las mujeres las que con mayor frecuencia construyeron un discurso moral y ético sobre el imperativo de cuidar a su familia y garantizar las condiciones de su existencia, lo que demuestra que la obligación del cuidado y la responsabilidad de asegurar el bienestar de los hijos sigue siendo un marcador de género central en las prácticas y en las representaciones simbólicas en Portugal.

Veamos algunos ejemplos empíricos para ilustrar este argumento.

En 2011 Isabel (42 años) perdió su trabajo como secretaria en una compañía. Separada y con dos hijas a su cargo, pasó momentos de gran dificultad. Recibía 275 euros de subsidio de desempleo, y el marido no contribuía a la manutención de los hijos puesto que también estaba desempleado. Pagaba 400 euros del alquiler, así que, rápidamente, la acumulación de deudas se hizo insostenible.

Consiguió un trabajo de 4 horas al día en una casa donde hacía la limpieza y cuidaba a una señora de edad, en la que recibía 300 euros, que podía acumular al subsidio de desempleo porque no tenía contrato de trabajo. Isabel nunca tuvo este tipo de trabajo, pero se vio en la necesidad de aceptarlo para mantener a sus hijas y pagar los gastos mensuales. A pesar de acumular dos ingresos, seguía siendo insuficiente para cubrir sus gastos, así recurrió al Banco Alimentar para asegurar la alimentación de la familia. Esta decisión, fundamental para la sobrevivencia familiar, le provocó a Isabel un enorme sufrimiento porque la sintió como una humillación personal. En las entrevistas para obtener el apoyo que necesitaba se sintió permanentemente humillada al tener que mostrar y demostrar su escasez de ingresos, al tener que probar su pobreza para demostrar que estaba en condiciones de beneficiarse del apoyo alimenticio. “Sentí que vendía mi humillación por un trozo de pan”, dijo con lágrimas en los ojos. “Si estuviera vestida con un vestido mejor lo notaban y preguntaban cómo lo había comprado. Parecía que querían ver la pobreza en mi cuerpo”. Isabel cuenta repetidamente cómo se sentía al tener que mostrar permanentemente su miseria para continuar con el apoyo mínimo para sobrevivir y subraya que esta demostración permanente de sus privaciones era la condición necesaria para asegurar su sobrevivencia y la de sus hijas: “ Antes tenía orgullo de mí misma y de cómo logré una vida digna. Ahora es sólo sufrimiento, pero tiene que ser para poner la comida en la mesa”. Isabel utiliza su cuerpo como recurso para beneficiarse de determinadas políticas públicas. Este uso estratégico del cuerpo nos recuerda la propuesta de Didier Fassin de pensar en el cuerpo como un instrumento para reivindicar derechos y hacer una antropología política del cuerpo (Fassin, 2003).

Las políticas de austeridad tuvieron consecuencias en la cotidianidad concreta de las personas, en sus vidas vividas, pero también en sus cuerpos, en las maneras con las que se piensan como personas, y estos procesos tienen género. Los efectos combinados de este periodo convirtieron a las mujeres en figuras privilegiadas para la sobrevivencia material y moral del núcleo familiar. Eso se resuelta a las disposiciones históricas y culturales sobre las categorías de género que piensan en el cuidado como femenino, convirtiendo así en una herramienta central en la motivación para enfrentar las condiciones de subsistencia en una crisis reproductiva. Las mujeres recurren a prácticas incorporadas, emociones, saberes y moralidades para asegurar las actividades de aprovisionamiento, a través de actividades laborales formales e informales; interacciones con el Estado y organizaciones de asistencia, redes informales de ayuda mutua entre parientes, vecinos y amigos.

El sufrimiento de Isabel se produce por el sentimiento de que su existencia como persona fracasó, la destrucción de su autoestima por la incapacidad de mantener su unidad doméstica, la pérdida de empleo en el área en la que se licenció. Los trabajos que consiguió pueden darle dinero para vivir y mantener a su familia, pero no le dan realización como persona. El sentimiento de fracaso en el cumplimiento de las expectativas que tenía para sí y para su vida se le vuelve insoportable. Los valores a los que se recurre ahora para tomar decisiones sobre la gestión de la cotidianidad cambiaron abruptamente. La realización personal deja de ser considerada para darle lugar a la necesidad diaria de alimentar a la familia.

“ Todos los días tenía que decidir qué era más importante, tener comida en la mesa o pagar el arriendo de la casa, o el agua o la luz. Es un sufrimiento, una angustia permanente saber que no tienes comida para dar a tus hijos. Que están enfermos porque no tienes dinero para encender la calefacción en el invierno”.

Recurrir a las instituciones estatales y no gubernamentales es una solución para viabilizar la subsistencia que implica, pero, la exposición pública de la carencia, lo que promueve sentimientos de humillación y vergüenza con un profundo impacto en la noción de persona (cf. Scheff 2000SCHEFF, Thomas. 2000. Shame and the Social Bond: Applying the Part/Whole Approach to a Case Study. Sociological Theory. 18: 86-99.). El caso de Isabel nos muestra cómo la precariedad se convirtió en constitutiva de cambios de percepción sobre lo que es, lo que puede ser la vida y tuvo un profundo impacto en los procesos de toma de decisiones sobre el futuro. Es como si hubiera una especie de suspensión de la vida que esperábamos vivir. En estos tiempos de austeridad, Isabel, tal como la mayoría de los portugueses, vivió el presente y tuvo la sobrevivencia como principal motivación a la acción. Al igual que el cuerpo se utiliza como recurso para reivindicar derechos, también la movilización de la humillación muestra cómo esta emoción, aunque produzca sufrimiento y desvalorización moral de la persona, se revela al mismo tiempo como una estrategia para asegurar una vida posible. Mientras las expectativas de una vida que merezca ser vivida y los deseos personales quedaban suspendidos, fue la moralidad asociada al cuidar de los cercanos lo que la motivó a continuar y a actuar en condiciones duras, lo que constituye y fortalece la esperanza en un futuro posible.

El caso de Pedro, ingeniero informático de 56 años, también es interesante para pensar en esta cuestión. Pedro trabajó durante 18 años en una compañía internacional con gran éxito. Por eso, en 2010, decidió dejar la empresa y establecerse por su cuenta. Durante un año y medio todo salió de maravilla, hasta que empezó a sentir la crisis, los clientes comenzaron a disminuir y no le pagaban, hasta que, a finales de 2012, tuvo que declararse en quiebra y pagar las deudas de su compañía, para eso, hizo una segunda hipoteca sobre la casa. En 2014 vivían del salario de Rita, su mujer, profesora en una escuela secundaria. Antes vivían bien, en una buena casa en Lisboa, y sus hijos siempre pudieron estudiar en buenas escuelas y tener condiciones privilegiadas para su formación y crecimiento. Hace diez años compraron una casa de vacaciones cerca de Lisboa, junto a la playa. La vendieron en 2014, no para ganar dinero pues el mercado estaba mal y la deuda con el banco seguía alta, sino para dejar de tener ese gasto que no podían asumir. Como el salario de Rita no era suficiente para costear todos los gastos, su hija mayor, Cristina, empezó a contribuir a la casa, en la que intentó realizar múltiples actividades que le permitieran ganar dinero. En cierto momento, decidieron que los padres y el hermano menor se mudarían a un pequeño y barato apartamento, y Cristina se quedaría en la casa de la familia y arrendaría cuatro habitaciones a estudiantes, con las que pagaría la prestación de la casa, sus estudios en la universidad (cursaba licenciatura de Informática) y se sostendría. Paralelamente, Cristina empezó un pequeño negocio de excursiones y transportes con su padre para aprovechar el aumento de turistas que buscaban Lisboa. Al principio no generó mucho dinero, pero con este proyecto y las ganas de “inventar” negocios que aún no estaban en el mercado, Pedro empezó poco a poco a ganar ánimo y a sentirse un poco menos inútil, ya que hace mucho tiempo, como me decía con alguna amargura, que había dejado de sentirse una persona

“La inactividad me mató. Los días eran todos iguales. Era lo mismo si era domingo o el miércoles. Dejé de entender por qué les gustaban los fines de semana a la gente. Odio no hacer nada y la idea de tener tiempo para mí. Solo deseo tener tanto trabajo que no pueda dormir”.

Como vemos por los casos de Isabel y Pedro, no les afectan sólo las cuestiones económicas. No tener un trabajo afecta su autodefinición como personas. Es importante llamar la atención a esta cuestión porque, como observa Robert Castel (1996), en la sociedad occidental contemporánea existe una relación intrínseca entre el trabajo y el reconocimiento de la posición de una persona en la sociedad. Los que no tienen trabajo se definen como “los que no hacen nada”, indigentes, “inútiles para la sociedad”. Conviene recordar que la noción de trabajo que sostiene este presupuesto moral y cultural es la de un empleo. En este sentido, tener un trabajo trasciende su importancia económica y se convierte en una forma de reconocimiento social de la persona. Como sostiene Michael Denning, “en el capitalismo, la única cosa peor que ser explorado es no ser explorado” (2010: 79DENNING, Michael. (2010). Wageless life. New Left Review. 66 Nov-Dec: 79-97).

Las transformaciones en la coyuntura socioeconómica analizada crearon rupturas con los modos de vida, y convocan a diferentes moralidades en los intentos de constituir estrategias de sobrevivencia que permitan enfrentar la situación de crisis y que se constituyen a través de vivencias profundamente sufridas. Aquí hay un sufrimiento emocional, un agotamiento físico y psicológico y una desvalorización personal que revela la materialidad de las políticas económicas de austeridad en las experiencias emocionales de la vida vivida. Recordemos que tanto Isabel como Pedro tenían “antes de la crisis” vidas confortables y con expectativas de estabilidad y mejoría en el futuro. La manera en que las relaciones de cuidado se convierten en el centro de la superación de estas situaciones marcadas por los sentimientos de pérdida, desvalorización y humillación por retroceder, muestran el impacto de los cambios en las políticas públicas en las vidas vividas por las personas y revelan cómo cuidar es mucho más que la atención al otro, más que asegurar las condiciones materiales de la sobrevivencia. Cuidar de los que están cerca de nosotros, en el sentido más amplio del término, preocuparse por ellos y hacer todo lo posible para asegurar que tengan las mejores condiciones de vida posibles es la base del vínculo social que constituye la vida, una vida que vale la pena vivir. El análisis de estos procesos, de las vivencias cotidianas y de las experiencias emocionales que los constituyen es una puerta de entrada a la comprensión de los procesos personales y sociales que se convocan para enfrentarla situación de crisis que se vivió en Portugal.

Estos ejemplos no son meras ilustraciones de cómo, durante la coyuntura de austeridad, las personas recurrieron a diferentes estrategias para sobrevivir y de las expectativas de género que se convocaron para su consecución. A través de éstas, podemos mostrar que el análisis de las experiencias emocionales es un eje analítico relevante para que se comprendan los procesos de reproducción social y las diversas dimensiones de los impactos de las decisiones políticas. En estos contextos de precariedad, identificamos el conflicto entre la vergüenza y la sobrevivencia y el recurso a la humillación como estrategia para asegurar lo incierto de la cotidianidad. Es en el uso de esta gramática emocional, muchas veces repleta de contradicciones morales, en la que se construyen las prácticas de recurso a las instituciones de asistencia y a las redes interpersonales.

Los efectos de la crisis económica crearon, en realidad, una transformación ontológica en la que la experiencia de un proceso de destitución material se asocia a formas de destitución de algunos de los valores que nos hacen personas (como la autonomía y la independencia, y que, por lo tanto, traen consigo sufrimiento físico y psicológico). El “imperativo de ganarse la vida”, para garantizar las necesidades básicas de sobrevivencia en grupos sociales donde no se sentía como una prioridad, se asume como el eje central de la cotidianidad y se vive como una destrucción de la persona que se era. La incerteza, la pérdida de calidad de vida y de lo que consideran una vida digna, el sentimiento de fracaso como persona y el desmoronamiento de la esperanza en un futuro mejor, asumen abruptamente un papel central en la experiencia de la vida vivida. La expectativa de un futuro con mejores condiciones de vida, que se venía a consolidar en Portugal desde la década de 1990, se desmoronó abruptamente y se expresa bien en la frase tantas veces citada: “en el pasado el futuro era mucho mejor”.

A lo largo del trabajo de campo quedó clara la diversidad de los impactos de la crisis en los diferentes grupos sociales y cómo este proceso promovió mayores desigualdades sociales y constituyó relaciones de poder y subalternización más sólidas. El empobrecimiento de las clases medias y los cambios en los modos de vida de las familias que las constituyen es un terreno rico para pensar en la movilidad social y sus efectos en las prácticas y percepciones de sí y del mundo. En el momento en que empiezan a compartir las condiciones de vida que antes asociaban a las clases más pobres de la población no comparten, sin embargo, la idea de lo que piensan ser una vida digna ni el ideal de su cotidianidad. Esta nueva forma de vivir, para la cual no tienen dispositivos simbólicos ni dominan las gramáticas experienciales que ahora se les impusieron, se vive con una permanente sensación de fracaso, malestar y humillación, sentimientos que se vuelven constitutivos de su experiencia cotidiana. Este desencuentro entre las expectativas vitales y las condiciones efectivas de convivencia no estaba tan presente en las familias que siempre vivieron con pocos recursos. Las estrategias para vivir en condiciones de crisis poseen clase y género. Como decía un operario con el que hablé, el Sr. Joaquim, “siempre estuvimos destinados a ser pobres”. Existe, por tanto, una clara diferencia en los dispositivos a los que se convoca para enfrentar a las situaciones de pérdida de calidad de vida entre grupos con diferente estatus social y que afectan claramente a la experiencia emocional y a la práctica de enfrentar la vida en este periodo marcado por la austeridad.

Los casos de Isabel y Pedro pueden ayudarnos a direccionar esta cuestión, pues en su cotidianidad están presentes variadas jerarquías y desigualdades que merecen ser analizadas. En el caso de Isabel, el padre de sus hijas no se hizo cargo de contribuir a garantizar su subsistencia y educación. En el caso de Pedro, fueron su hija y su mujer las que se encargaron de la familia mientras él estaba deprimido como consecuencia de la frustración por su fracaso profesional. Estos son algunos de los casos que a lo largo del trabajo de campo mostraron que las mujeres, más que los hombres, se consideraban y asumían como las personas moralmente responsables del cuidado de la familia. Construidas a partir de los contenidos simbólicos de las categorías de género, las desigualdades que surgen del sentimiento de la obligación moral de cuidar crean un peso añadido al responsabilizar a las mujeres por el bienestar de sus dependientes. Los hombres experimentan el peso del fracaso como proveedores; las mujeres asumen la responsabilidad moral añadida del bienestar y el cuidado.

La creciente importancia de los recursos a las relaciones interpersonales y a los saberes de las mujeres para la sobrevivencia de las familias está, sin embargo, rodeada de múltiples contradicciones. Durante la coyuntura de la crisis económica y social, las mujeres se vieron en la obligación de retomar los antiguos papeles sociales de cuidadoras y que las remitan a tareas feminizadas, como la limpieza y los trabajos de asistencia. Esta reversión se vio fuertemente condicionada tanto por la falta de empleos formales, de protección social y de servicios sociales, como por el peso de las categorías tradicionales de género que siguen alejando a los hombres de los trabajos que realizan las mujeres para asegurar el sostenimiento familiar. La austeridad portuguesa condujo a una “refamiliarización” de los cuidados y del bienestar doméstico a la luz de la ausencia de bienestar estatal.

En condiciones de crisis reproductiva, las mujeres hacen una autovaloración de sus habilidades feminizadas que con frecuencia se desvalorizan socialmente; enfatizan el valor moral del sacrificio por el núcleo familiar, así como el valor de hacer y generar bienestar a los demás dentro y fuera de casa. Esto es, también, una expresión de cómo estas disposiciones incorporadas configuran una forma de agencia, que busca intervenir y moldear las condiciones de subsistencia para sí y para el núcleo familiar a lo largo de líneas de parentesco, generacionales y de clase.

Pensar el género y las emociones de forma articulada nos permite, por tanto, identificar la constitución y la legitimación de formas de poder en el tejido social que, al ser poderosos elementos de jerarquización en las vidas vividas por las personas, suelen ser invisibilizados por análisis más estructurales o más macro.

En conclusión

El trabajo de cuidar, por asociarse al afecto, al lazo emocional con el otro, surge con frecuencia como poco importante desde el punto de vista económico o social. Sin embargo, lo que el análisis de la vida cotidiana durante la coyuntura de austeridad en Portugal nos muestra es que los cuidados se convirtieron en una cuestión central para proveer los recursos necesarios para la sobrevivencia.

Además, y como vimos, algunas prácticas informales y no estatales de cuidado fueron importantes en la reproducción del tejido social portugués en un momento de crisis, e importantes para garantizar la continuidad de un sistema económico en ruptura. A pesar de las adversidades, las personas encuentran formas de sobrevivir basadas en estas redes informales de cuidados. Las formas de cuidado y soporte que sobrepasan la esfera “privada” se consideran más fácilmente vistas como pertenecientes a la esfera de la política y económica. Así, poner el cuidado en el centro del análisis permite nuevas perspectivas sobre la organización social.

Expuse también que los efectos de las políticas de austeridad poseen género y no son iguales a los hombres y las mujeres. A lo largo de la coyuntura de austeridad, muchas mujeres volvieron a los papeles sociales históricamente incorporados que las remitían a las tareas asociadas a la casa y a las tareas de cuidado de la familia. Los casos etnográficos analizados en este texto ilustran cómo las mujeres asumen cualquier trabajo para garantizar la sobrevivencia de la familia y cómo recurren fácilmente a trabajos tradicionalmente asociados a lo femenino: limpieza, cuidado de enfermos o mayores. Por otro lado, también es relevante el número de casos en los que los hombres se abstienen de sus responsabilidades parentales de sustento y cuidado, lo que refuerza la responsabilidad de las mujeres para garantizar la sobrevivencia de la familia. Las políticas de austeridad llevan a un proceso de refamiliarización de los cuidados para superar la ausencia del estado social, lo que refuerza las estructuras de desigualdades de género que empezaban a desaparecer en Portugal.

Los casos presentados muestran la importancia social del cuidado como práctica social, pero también demuestran que cuidar de los demás es una forma de resistencia. La moralidad del cuidado de los que nos son cercanos y queridos, o incluso de nuestros conciudadanos -que es una forma de cuidado colectivo- es constitutiva de la motivación para intentar hacer posible la vida incluso en situaciones imposibles. La búsqueda de un presente vivible es un proceso en el que la esperanza es inevitablemente una emoción central, que tiene una fuerza transformadora.

Si, por un lado, las estrategias de cuidados informales viabilizan la vida de los que se les benefician, por otro lado, vimos que son esenciales a todo el sistema social, pues hasta cierto punto inhiben la escalada de tensión social y el colapso económico individual y colectivo. Cobran, no obstante, un alto precio emocional. Al analizarlos en los nuevos regímenes de cuidado desarrollados para superar los desafíos de un presente precario, y las múltiples formas de lidiar con la incerteza, la angustia y la humillación, vimos cómo vivir estas situaciones desde estos contextos emocionales cambian los procesos constitutivos del ser persona en coyunturas sociales específicas. La experiencia de la vida vivida en determinado momento histórico, en un contexto socio-político-económico particular, muestra cómo las emociones son moral y políticamente informadas, así como son procesos constitutivos de la percepción y de la previsión de decisiones estratégicas, y no sólo sentimientos, o conocimiento incorporado, como diría Michel Rosaldo. Las emociones son formas de expresar maneras de estar en el mundo y, simultáneamente, constituyen formas de agencia adaptables a la coyuntura en la que se vive, formas de acción poderosas, y muchas veces formas de acción políticas, que se incorporan y se constituyen en la socialidad.

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    https://www.youtube.com/watch?v=H-utAjZ_obc

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    06 Ene 2023
  • Fecha del número
    2022

Histórico

  • Recibido
    20 Set 2022
  • Acepto
    24 Set 2022
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