ARMONÍA EN LA INTERPROFESIONALIDAD: UN CONTRAPUNTO

Seremos francos. Si bien el espíritu de colaboración en salud y enfermería ha cobrado mayor relevancia en la última década, la interprofesionalidad no es realmente una ruptura paradigmática con el pasado. Tampoco es una idea que comience en un vacío, desde cero. Ni mucho menos una panacea universal o el futuro. Al menos, no es todo el futuro. Es, a lo sumo, un escenario prospectivo en que se representa la imagen de un futuro idealizado, uno en que ciertos grupos profesionales en salud promueven la colaboración con brío, mientras otros reaccionan con un silencio amable. Pero aún así, constituye un ejercicio intelectual enriquecedor el reflexionar sobre las prácticas colaborativas desde estas ‘anti-definiciones’ y las analogías entre la salud y otras áreas.

Pensemos, por ejemplo, en las artes. Las artes engloban un amplio abanico de expresiones culturales, algunas con fines puramente recreativos, otras con aspectos ceremoniales para la elevación del espíritu, otras dedicadas a encender el fervor nacionalista, entre muchos otros usos. Y, sin embargo, tienen en común el producir un efecto que en nuestra enciclopedia cultural identificamos como ‘armonía’. Al igual que en los servicios asociados al bienestar y al cuidado, el proceso de creación e interpretación artística responde también a una práctica. E, igualmente, es una práctica ceñida a ciertas normas, las que pueden pertenecer a las reglas de la física, como también a una tradición específica de alguna comunidad.

En una de sus formas más intrincadas - la ópera - la práctica profesional comprende una colaboración meticulosa entre composición, lírica, dirección de orquesta, dirección coral, canto, interpretación instrumental, danza, artes circenses, vestuario, maquillaje, escenografía, iluminación y sonido; componentes que, para que produzcan el efecto estético, deben engranar con gracia y precisión a un ritmo y pulso predefinidos. El resultado artístico de una ópera es producto de una ingeniería y una articulación de esas diferentes áreas artísticas. El proceso ‘armónico’ de las artes involucradas refleja el desarrollo individual de cada uno de los integrantes de los subgrupos y núcleos artísticos. Valga esto como una analogía del trabajo colaborativo, que es ritmado, tiene un tempo dentro de la dinámica organizacional en que se despliegan las prácticas profesionales.

Si imaginamos la obra operática como una gran ecología sociológica1, vemos que esas diferentes profesiones de las artes, más específicamente las artes musicales, pueden subdividirse en subprofesiones o ‘especialidades’: músicos instrumentistas, cantantes solistas, el coro sinfónico y, ensamblando a estas especialidades, la mano del director^*.

Aunque sin un afán colonialista de idealizarla, consideremos que la ópera ha sobrevivido al paso de los siglos; y aún si constituye un campo de división del trabajo muy complejo, rara vez se la piensa en clave de colaboración y, mucho menos, de colaboración interprofesional. Esto es importante de tener en mente, pues la música, como la salud, engloba un grupo heterogéneo de profesiones, vocaciones y trayectorias formativas. A pesar de ello, al enfocarnos en el producto final - la ópera misma - vemos la puesta en escena de diferentes grupos profesionales en una relación de simultaneidad, aunque los y las artistas están actuando técnicamente de forma individual. Esto ocurre en base a cierta lógica incorporada en los manuscritos garabateados por el compositor de la obra. Así, el proceso performativo deviene una interpretación que refleja ciertas características estilísticas, más o menos cercana al resultado idealizado por el compositor.

Más allá de la performance individual y de la idealización de la ejecución artística, hay una característica fundamental en el trabajo de ensamblado interpretativo: una sensibilidad por las necesidades técnicas de las otras profesiones. Aunque a menudo pasa inadvertido al ojo no entrenado, el flautista no sólo ejecuta su instrumento, sino que lo ejecuta y escucha a los demás instrumentos y observa las indicaciones del director y adapta su técnica según sea necesario. Del mismo modo, el coro no puede tener un volumen dominante en una obra hecha para solistas, ni la orquesta puede sobrepasar al coro, tanto en volumen como en pulso. Como tampoco un instrumento por sí solo puede ganar demasiado relieve cuando forma parte de una interpretación orquestal de base. Lo que es más, la armonía final depende de una ‘negociación’ y adaptación mutua entre estos distintos niveles y subprofesiones, aún si éstos tienen distintos niveles de autonomía interpretativa: los miembros del coro tienen menos autonomía que alguien que canta de solista, así como el director del coro tiene menos autonomía que el director de la ópera.

Como vemos, salud y música tienen más en común de lo que suele creerse. Hay trayectorias de institucionalización y profesionalización, junto a procesos de construcción de identidades en que podríamos profundizar. Sin embargo, la invitación de esta editorial es a reflexionar sobre las analogías entre salud y otras áreas en que la interprofesionalidad se halla encarnada, aún sin usar ese término, cuyo despliegue entra en diálogo con el desarrollo de la experticia técnica individual, pero también con sensibilidades humanas y una simultaneidad racionalizada. Este contrapunto no es sólo metafórico. Es también analítico e instrumental.

REFERENCES

• 1. Abbott A. The system of professions: an essay on the division of expert labor. Chicago, IL(US): University of Chicago Press; 2014. 452 p.

• *
  En un sentido sociológico, la música denominada ‘erudita’ puede interpretarse como un tributo al patriarcado de la composición musical, en que el trabajo de dirección a menudo es encarnado por también por hombres.

Fechas de Publicación

• Publicación en esta colección
  12 Ago 2022
• Fecha del número
  2022

Histórico

• Recibido
  11 Mayo 2022
• Acepto
  01 Jun 2022