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DISCURSO LEÍDO EN EL ACTO DE INVESTIDURA COMO DOUTOR HONORIS CAUSA PELA UNIVERSIDADE DE LISBOA

SPEECH GIVEN AT THE INVESTITURE ACT AS HONORIS CAUSA DOCTOR BY THE LISBON UNIVERSITY

Excelentísimo y magnífico señor rector.

Miembros del Senado universitario, profesores, estudiantes, queridos colegas y amigos de Portugal, familiares, amigas y amigos de España que habéis querido acompañarme en este acto de investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Lisboa, un hecho de los más importantes que me han acaecido en mi vida personal y académica.

Más allá de lo personal, quiero interpretar que la distinción que hoy se me otorga ad hominem ha de entenderse sobre todo en clave de comunidad. Hace ya varias décadas que los investigadores portugueses y españoles del campo de la historia de la educación convivimos abiertos a una comunicación fluida entre pares, tras otros tiempos en los que, pese a la proximidad geográfica, el distanciamiento era sin duda mayor. Y es desde el espíritu de convivencia desde donde quiero interpretar este generoso gesto de amistad.

Desearía, en primer lugar, expresar mi más sincera gratitud por el alto honor que me confiere el prestigioso ateneo de la capital portuguesa. Me llena de satisfacción que el Senado de la Universidad de Lisboa haya considerado mi trabajo intelectual merecedor de tan alta condecoración. Lisboa es en nuestro sector uno de los polos de referencia internacional y ello atribuye un valor añadido a este hecho. Todo ello me invita además a afirmar el compromiso de seguir reforzando los lazos de amistad y cooperación con esta casa, y de modo especial con su Instituto de Educación.

Agradezco vivamente al profesor Justino Magalhães la amable laudatio con que acaba de presentarme. Con él me unen viejos lazos de amistad e intereses comunes en torno al estudio histórico de la cultura escolar, de la manualística, de la historia de la lectura y de otros aspectos que afectan al patrimonio de la educación.

Me permitirán ahora que continúe mi intervención sirviéndome de mi propia lengua, el castellano, invitándoles, como hizo el - hoy Día Internacional del Libro, y siempre - en la lengua de Luis de Camões y en la lengua de Miguel de Cervantes.

Puedo asegurarles, sin retórica, que esta incorporación al colegio de doctores de la Universidad de Lisboa será para mí una nueva ocasión de aprendizaje. No sólo porque con la edad aún se sigue aprendiendo cada día, como observó Marco Tulio Cicerón, sino porque Lisboa, y Portugal en general, me han asegurado siempre oportunidades nuevas de formación.

Hace poco escuchaba decir al académico español Antonio Muñoz Molina - el autor de Invierno en Lisboa - que los viajes a Portugal siempre le habían educado. Me han mostrado - decía - la otra cara que suelen tener las cosas, cuando en la fenomenología del cotidiano y en el entorno más próximo sólo se ven planas y simples.

Internarse en Portugal es abrir una nueva ventana a la experiencia, a través de la cual las cosas que vemos y oímos se nos presentan con otros horizontes que sugieren un sutil juego de entendimiento en lo común y de enriquecimiento en la diferencia. Pasear y conversar, como he podido hacer en los últimos años, en compañía de colegas y alumnos, por los jardines de la Gulbenkian, entre los Jerónimos y Belém, a través de los cafés de Chiado y de las librerías de la Lisboa antigua, o acercarme a los alrededores de la ciudad por Sintra, Mafra, Cascais y toda la corona de lugares que enmarcan la capital, con la luz y la mirada atlántica al fondo, es una experiencia que siempre me ha suscitado emoción y conocimiento.

Todo ello me trae inevitablemente a la memoria al Miguel de Unamuno de los Viajes por tierras de Portugal y España. El viejo rector de Salamanca admiraba, hace un siglo, la fresca lírica del regeneracionista João de Deus - con cuya Cartilha Maternal aprendieron a leer tantas generaciones de infantes - y los registros populares de la literatura vernácula del país.

También me hace recordar a Rafael María de Labra, rector de la Institución Libre de Enseñanza, quien, en sus conferencias de Lisboa a finales del siglo 19, subrayaba el alto valor acrisolado por la civilización portuguesa, resultado del cruce entre las tradiciones propias y las seculares influencias recibidas a través de los contactos de sus gentes por el mundo.

De este humus, en parte paralelo y en parte común a toda Iberia, no nos separaban los pliegues del terreno, porque el cursus de los ríos ha sugerido una fluida y continua invitación a la concordia. El cronista Félix Lorenzo, corresponsal en Lisboa del diario El Imparcial, confesaba el estímulo que para él supuso la explosión romántica e intelectual de la República portuguesa de 1910, que le permitía albergar esperanzas para aquella España que acababa de sacrificar los escasos brotes de libertad con el fusilamiento en la Barcelona de la época del educador Francisco Ferrer i Guardia.

Años después, en 1925, a su paso por la vecina Extremadura, otro periodista, Luis Bello - autor de Viaje por las escuelas de España -, dejó reflejadas en su bitácora incursiones en tierras portuguesas, por Portalegre, São Lourenço, Crato, Alpalhao y otros lugares transfronterizos, cuando la República democrática iba a cerrar su andadura. El tono de sus observaciones tenía notas afines a los regeneracionismos de la época, pero también registraba la visión caleidoscópica, cubista, con la que el cronista del diario El Sol sugería mirar la rica diversidad de las sociedades y culturas ibéricas.

En el artículo intitulado A los camaradas portugueses, Luis Bello recordaba con admiración los programas de reforma de Antonio Sérgio y los asociaba a los intentos españoles auspiciados por la Institución Libre de Enseñanza y sus intelectuales. Antonio Sérgio - figura a la que nuestro querido y recordado amigo, y maestro, el profesor Rogério Fernandes dedicó cuidadosos y sentidos estudios - quiso ensayar la superación del dualismo social por medio de la escuela del trabajo. Él fue el intelectual quizá más capacitado de la época - escribía Bello - para afrontar la regeneración de la nación por medio de una escuela para todos.

Nuestros pueblos, distantes a veces aún Una hermandad que pudiera sentar en la misma mesa a Jacinto Verdaguer, Rosalía de Castro, João de Deus e incluso al modernista Rubén Darío. Con ellos se tejería una gran coral de voces diferentes que pudiera propiciar una armonía superior, como sugirió el que fuera primer catedrático español de Historia de la Educación, Luis de Zulueta y Escolano, en su Elogio de la diversidad y Banquete de la armonía.

Tras la era de la regeneración, que se cierra con las repúblicas democráticas, nuestros países han atravesado una larga etapa de postración, un prolongado tiempo de silencio, como lo definió el escritor español Luis Martín Santos. También un tiempo de resistencia. Durante las inacabables dictaduras, cohabitamos en un territorio por el que cruzaban los mismos ríos, pero las montañas - como observó José Saramago - volvían a mostrar sus dos laderas, una hacia el Este y otra hacia el Oeste.

La revolución y la transición democrática - en parte sincrónicas, aunque también diferentes -, por un lado, y la integración de ambos países en el espacio común de Europa, por otro, nos han aproximado en una decidida apertura a la Modernidad - este fue el tema del II Encuentro Ibérico de Historia de la Educación, un coloquio que trató de hacer genealogía crítica, y en parte catártica, de nuestra reciente historia, desde el ciclo del liberalismo a la antesala del tiempo presente. Tras el primer encuentro en San Pedro do Sul, en 1992, las sucesivas citas de Zamora, Braga, Allariz-Ourense, Castelo Branco, Sevilla y Porto-Paredes fundaron la posibilidad de una historia compartida de la educación ibérica, y hasta de una historia ibérica de la educación, como manifestaban los profesores Nóvoa y Ruiz Berrio en el prólogo a las actas del primer coloquio.

Para eludir cualquier anacrónica tentación de interpretar lo anterior desde el viejo iberismo, que hoy se nos mostraría arcaizante, las actas del II Encuentro enfatizaron la necesidad de enmarcar nuestros programas en la más abierta geografía de la globalización, bajo la perspectiva de una historia comparada de nuestros sistemas educativos, contextualizada en el marco de lo transnacional, y relacionada especialmente con la historia educativa de los países de lengua portuguesa y castellana.

Los encuentros ibéricos han dibujado una cartografía de lugares de uno y otro lado de la raya y de norte a sur, imagen de las expectativas interculturales y transfronterizas que podían aproximar a nuestras respectivas comunidades intelectuales. Las fronteras dejaron de ser líneas fijas de demarcación para transformarse, como sugirió hace tiempo Josep Pla, en ventanas de una aproximación porosa y necesaria.

El nuevo horizonte, desde la recuperación crítica de la memoria, ha tenido que superar viejos arcaísmos y emprender el camino de una nueva cultura. La generación de historiadores de la educación a la que pertenezco ha ido conformando en esta nueva etapa redes interpersonales e institucionales entre los investigadores de los dos países, al tiempo que ha dado forma, junto a los colegas de otros medios internacionales - en la Ische - Internacional Standing Conference for the History of Education -, en Spicae - Red de Historiadores de la Escuela en la Europa del Sur - y en otros foros de Europa e Iberoamérica: a discursos, métodos y lenguajes con los que entretejer un campo intelectual renovado.

Este es el breve excurso histórico en el que hemos de instalarnos como tradición disponible para seguir avanzando a la altura de nuestro tiempo, una expresión esta - la altura de los tiempos - que lanzó a la arena intelectual el filósofo José Ortega y Gasset, quien también escogió la ciudad de Lisboa como residencia desde la que ir asomándose, con prudencia y calculado tacto, a la autárquica y autoritaria España de posguerra. Quiero quedarme cerca de la frontera porque pienso volver - decía al salir de Lisboa. Quienes vivimos en España, hace pocas décadas, la transición democrática - en otro contexto - también mirábamos, con admiración y esperanza, la estela que dejó en nosotros el aroma de los claveles atlánticos.

Me viene ahora a la memoria el emotivo acto conmemorativo del centenario de la era moderna de la Universidad de Lisboa, al que fui invitado por el entonces rector, profesor Antonio Sampaio da Novoa. Conservo el discurso del expresidente Antonio Ramalho Eanes, investido en aquella ocasión doctor honoris causa, junto a los otros expresidentes de la República. En el texto subrayé la referencia que hizo a la expresión de Bernardino Machado, amigo de Alice Pestana y de Giner de los Ríos, quien afirmaba el papel de la universidad como universo de libertad, esto es, como espacio de libre discusión de lo público. "A universidade - decía - debe ser escola de tudo, mas sobretudo de libertade". El saber es tal vez el único espacio de libertad del ser, escribiría mucho después Michel Foucault en una de sus últimas confesiones ontológicas. También en la ilusión de libertad la libertad existe, había declarado antes Fernando Pessoa, como lema en el que poder fundar una terapia de sus desasosiegos.

Nuestra época, con sus crisis, ha traído muchas y nuevas inquietudes y turbaciones. Los historiadores de cada generación han de interrogar al pasado desde las preguntas que suscita el presente para afrontar el porvenir. No está el mañana ni el ayer escrito, escribió Antonio Machado, el poeta sevillano y universal que tanto contribuyó a recrear la tierra en la que nací y donde inicié mi formación. Décadas después, el argentino Cortázar, en sus rayuelas lúdicas, vendría a puntualizar: la historia no ha de olvidar, en ningún caso, que "el ayer es nunca, y el mañana, mañana". El viejo historiador Henri Pirenne, en su Histoire de l´Europe, ya lo había advertido: los historiadores nos dedicamos al conocimiento del pasado, sí, pero - no nos engañemos - lo que de verdad nos interesa es el futuro.

Nacemos - escribió el poeta Rainer Maria Rilke - en un mundo ya interpretado, pero estamos obligados a descifrarlo y a reescribirlo. Los historiadores somos probablemente los académicos sobre los que más pesa lo que algunos han llamado la condena hermenéutica. El Centro Internacional de la Cultura Escolar - Ceince -, donde ocupo la mayor parte de mis afanes y tiempos, adoptó como símbolo el laberinto de la casa de Lucrecio - el filósofo materialista del siglo I a.C. - en Pompeya. En el intricado dédalo de esta red se albergaría Minotauro, fuente de las amenazas que nos acechan en el vivir cotidiano. El monstruo acosaría por los vericuetos de sus calles al joven Teseo, mientras este buscaría el hilo tutorial de Ariadna, la educadora que le salvará del desasosiego. Los profesores, después de tantas reformas educativas externalistas insatisfactorias - gerenciales o tecnocráticas -, han retornado, como advirtió el profesor Novoa en su magistral conferencia de Burgo de Osma, en 2011, al primer plano de las prácticas innovadoras, al igual que Ariadna vuelve cuando se la solicita. Los mitos son en verdad creaciones de un tiempo, pero duran y sufren sucesivas metamorfosis para readaptarse a las expectativas de cada época, también de la actual.

En pleno desarrollo de la civilización tecnológica que domina nuestro tiempo conviene escuchar las confesiones de uno de sus más reconocidos mentores. Steve Jobs, el mítico referente de la era digital, expresó antes de su desaparición una de las convicciones que inspiraron su sorprendente y confeso ethos de humanista: "Cambiaría toda mi tecnología - decía - por una tarde entera con Sócrates".

Este testimonio comportaba una profunda lección de sabiduría, laque reivindicaba el valor del silencio y de la palabra - los verdaderos poderes socráticos del maestro - que han de intervenir en la búsqueda de sentido de la nueva escritura del mundo. Nuestro tiempo tiene también que prestar atención al silencio de las cosas, cómplice de otros silencios de la cultura. Y otra vez Fernando Pessoa - no podía ser de otro modo estando en Lisboa - nos puede confortar: no hallo más reposo - decía - que en la lectura de los clásicos, que no distinguen los ocasos, pero los hacen inteligibles.

Los historiadores de la educación buceamos hoy en los silencios, en las palabras, y en las cosas, sospechosos de que los discursos de las ideas y de las normas no explican bien la gramática de la tradición ni el habitus de los enseñantes. Indagamos en esa cultura de la práctica de la que habló Zigmunt Bauman, en las saludables razones de la experiencia a las que Pierre Bourdieu aconsejaba retornar siempre, y sobre todo en tiempos de incertidumbre.

Estamos empezando a construir una nueva cultura histórica, que trata de ser menos idealista y, en lo posible, menos ideológica. Intentamos descubrir bajo el retorno realista a la experiencia, e incluso a los restos etnográficos de la cultura material, las claves semióticas y arqueológicas de la gramática de la escolarización y de las reglas del oficio docente, que mucho tienen que ver con el tacto y la phrónesis que ha transmitido la historia efectual de la que habló Hans-Georg Gadamer.

Este regreso al mundo de la empeiría comporta seguramente un cambio de paradigma, como me hacía observar, en una de sus últimas cartas, quien fuera mi primera maestra en la disciplina, en la Universidad Complutense, la profesora Ángeles Galino, a quien dedico en este acto mi filial recuerdo. Ella que se había formado, hace un siglo, en la lectura de Dilthey y de los neokantianos veía, a su centenaria edad, que este giro pragmático y epistémico fundaba un nuevo horizonte prometedor para afirmar el valor de la historia de la educación en el concierto académico y en las disputas entre facultades y disciplinas.

Señor rector, queridos colegas, amigas y amigos de Portugal y de España. En mis palabras finales quiero reiterar mi más sentido agradecimiento por el honor que recibo en este acto al ser investido doctor honoris causa por la prestigiosa Universidad de Lisboa, y por sumarme al acreditado cuadro de profesores de este Studium. Espero que el tiempo - que siempre es un misterio inescrutable e imprevisible y una concesión de la naturaleza, como declaraba a su provecta edad Manoel de Oliveira, en la antesala de su muerte - nos depare oportunidades de profundizar en el saber y en la amistad, los valores que a todos nos unen, ahora reforzados con lazos de más sólida y sincera hermandad.

Muchas gracias.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Dic 2015

Histórico

  • Recibido
    26 Ago 2015
  • Acepto
    20 Ago 2015
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