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Contribuciones al Estudio de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918: memorias de los pilotos de caza* * El artículo forma parte de los estudios e investigaciones realizadas en el contexto de la pasantía de postdoctorado en Defensa y Estudios Estratégicos de Delmo de Oliveira Arguelhes en la Universidad Federal Fluminense y de la pasantía de postdoctorado de Carlos Federico Domínguez Avila en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul.

Contributions to the Study of the First World War, 1914-1918: Memories of the Fighter Pilots

Resumen

El artículo explora, bajo la perspectiva de la historia de los conceptos, los patrones de conducta adoptados por los pilotos de caza durante la Gran Guerra de 1914-18. En medio de un contexto general de guerra total, los pilotos de caza - también llamados de Ases de la Guerra - se erigieron en portadores de modelos de conducta que remiten a los conceptos de heroísmo, honor, tradición y estirpe, heredados de las epopeyas homéricas, de las aventuras de la caballería medieval y del Romanticismo. El artículo foca su atención en las narrativas de los pilotos alemanes Manfred von Richthofen y Ernst Udet.

Palabras-clave
Historia de las ideas y de los conceptos; Narrativas heroicas; Gran Guerra de 1914-1918; Romanticismo; Pilotos de Caza; Política internacional

Abstract

The paper explores, in the perspective of the history of concepts, the patterns of conduct adopted by fighter pilots of the First World War 1914-1918. In the middle of a total war, the fighter pilots became the representatives of heroism, honor, and tradition; these notions were inherited from Homeric times, from cavalries of the Middle Age, and from the Romantic era. The paper focus in the memories of two German fighter pilots: Manfred von Richthofen and Ernst Udet.

Keywords
History of concepts; Heroic narratives; First World War; Romanticism; Fighter pilots; International politics

Los combatientes [de la Gran Guerra] fueron gaseados, torpedeados, bombardeados por artillería invisible o aniquilados sin sentido por ametralladoras de apariencia débil; era difícil tener una muerte heroica. […] Hubo, entretanto, una excepción de peso. En medio de la tormentosa matanza impersonal, surgió un arma de proporciones tan caballerescas que habría de servir de contrapunto a toda la lucha y así ilustrar la durabilidad y capacidad regeneradora del código guerrero, aún en las circunstancias más adversas. Efectivamente, encima de la sordidez del Frente Occidental, peleando en el filo de un sueño, nuevos caballeros del aire acudieron a batirse en duelo, reinsertando un elemento de combate específico que muy razonablemente habría sido juzgado como perdido para siempre.

Robert O’Connell, 1995O’CONNELL, R. História da guerra: armas e homens - uma história da guerra, do armamento e da agressão. Lisboa: Teorema, 1995.

Este epígrafe demuestra una interpretación, entre muchas, sobre la Gran Guerra de 1914-19181 1 Empleamos el término Gran Guerra - y no Primera Guerra Mundial - por el hecho de ser este último una expresión tardía. Solamente después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto de 1914-18 pasaría a ser llamado como Primera Guerra. : los pilotos de caza como continuadores de la tradición caballeresca medieval. Efectivamente, el conflicto de 1914 inauguró un nuevo estilo de combatir, la guerra total. Esta consistía en usar todos los recursos de la nación, materiales y humanos, para aniquilar al enemigo. Tal determinación resultó en millones de muertos y heridos. Así, los índices de pérdida de los ejércitos en el Frente Occidental fueron del orden de 350%. La guerra frustró las expectativas de quienes esperaban un conflicto rápido, contundente y edificante.

Imbuidos en un clima de opinión nacionalista muy agresivo, las masas de los países europeos festejaron el inicio de la guerra. Entre las declaraciones de movilización general y el inicio propiamente dicho de los combates - entre 30 de julio y 4 de agosto de 1914 -, manifestaciones populares alabando la guerra, y que pedían la erradicación total del enemigo, ocurrieron en Londres, Paris y Berlín. La narrativa que se presenta sobre el inicio del conflicto es como un enredo trágico. Usamos aquí el término narrativa, y no acontecimientos, ya que partimos del presupuesto heideggeriano de que el único acceso que el ser tiene a los acontecimientos es la narrativa de los mismos. Según Northrop Frye (2013FRYE, N. Anatomia da crítica: quatro ensaios. São Paulo: É Realizações, 2013., p. 145-185) y Hayden White (1995WHITE, H. Meta história: a imaginação histórica do século XIX. São Paulo: Edusp, 1995., p. 24-25), existen cuatro modos distintos de construir una narrativa: historia romanesca, sátira, comedia y tragedia.

La historia romanesca es fundamentalmente un drama de autoidentificación simbolizado por la aptitud del héroe para transcender el mundo de la experiencia, vencerlo y librarse finalmente de él […]. El tema arquetípico de la sátira es exactamente lo opuesto de ese drama romanesco de la redención; es de hecho un drama de la disyunción, drama dominado por el temor de que el hombre es esencialmente un cautivo del mundo, y no su señor. […] [La] consciencia y la voluntad humanas son siempre inadecuadas para la tarea de sobrepujar en definitivo la fuerza oscura de la muerte […].

La comedia y la tragedia [variantes de la sátira], sin embargo, sugieren la posibilidad de liberación, al menos parcial, de la condición de la Caída, y de alivio provisorio del estado dividido en el que los hombres se encuentran en ese mundo.

[…] Las reconciliaciones que ocurren en el final de la tragedia son mucho más sombrías; tienen más el carácter de resignaciones de los hombres con las condiciones en que deben trabajar en el mundo. Esas condiciones, por su vez, se tornan inalterables y eternas (WHITE, 1995WHITE, H. Meta história: a imaginação histórica do século XIX. São Paulo: Edusp, 1995., p. 24-25).

La Gran Guerra, en este sentido, varió de una historia romanesca para la tragedia. A la euforia frente a la Crisis de 1914 - es decir, del asesinato del archiduque Franz Ferdinand a las movilizaciones generales del Reino Unido, Francia, Imperio Ruso, Serbia, Imperio Alemán e Imperio Austrohúngaro, entre 28 de junio y 30 de julio -,2 2 Factualmente, el asesinato del archiduque es un punto de partida utilizado frecuentemente en la narrativa de la Gran Guerra. El mismo acabó erigiéndose en un buen pretexto para que los austríacos intentasen frenar las pretensiones expansionistas de Serbia. La arquitectura de las alianzas militares europeas acabó por contribuir en la expansión de un conflicto local limitado en una guerra generalizada. Los serbios fueron apoyados por los rusos, los cuales tenían todo el apoyo de Francia. Ésta había costurado un acuerdo militar secreto con el Reino Unido. Los alemanes, que apoyaban a los austrohúngaros, asistieron, no sin preocupación, a la escalada de movilizaciones de la Entente Cordiale (Francia, Reino Unido y Rusia). El día 30 de julio de 1914, delante de los acontecimientos, el Kaiser Wilhelm II decretó Kriegesgefahrzustand (estado eminente de peligro de guerra). Al día siguiente, fueron enviados ultimatos a Francia y Rusia, los cuales no tuvieron respuesta. Así, el día 1º de agosto, ocurrió la consecuente movilización general que el Estado Mayor germano solicitaba con insistencia. El plan de guerra alemán para tal eventualidad - guerra simultánea con Rusia y Francia - venía siendo desarrollado desde 1892: el Plan Schlieffen, que consistía en una trampa montada para los ejércitos franceses, utilizando el territorio belga. Después de la derrota francesa, los alemanes serían transferidos en masa para el este. Entretanto, el plan acabó fracasando y condujo a los combates de trincheras en el oeste (CLARK, 2014). pautada por visiones de una guerra edificante y veloz, capaz de renovar los espíritus empobrecidos, sobrevino el impase de las trincheras, bajas inaceptables y un callejón sin salida. En 1915, la estrategia usada por ambos lados en contienda pasó a ser la usura. Tal iniciativa implicaba en hacer que el enemigo sangrase hasta la muerte. El principal, y único, problema de esa estrategia era que los propios soldados sangraban junto con los adversarios.

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Se percibe una doble confluencia en la mentalidad de los pueblos de los países envueltos en el conflicto: el romanticismo y el nacionalismo, siendo que este último fue marcadamente influenciado por el primero. El Romanticismo, más que un estilo artístico, fue un modo de vida, una visión de mundo - Weltanschauung. Cualquier movimiento o corriente que pretende afirmarse debe mostrar superioridad en relación a los precedentes, sea por las propias características, sea desmereciendo los anteriores; generalmente una mezcla de las dos posiciones. El Romanticismo hizo esto en dos frentes de lucha, contra el Iluminismo y el Clasicismo. Conviene tener presente que el Romanticismo privilegiaba las sensaciones como contrapunto de la razón. Al comportarse como dolencia delante de la salud del clásico, según la consagrada frase de Johann Wolfgang von Goethe, el Romanticismo era presentado como una renovación de los espíritus, agradable a la izquierda y a la derecha.

3 3 Esa apropiación del Romanticismo en todos los frentes, útil tanto para los conservadores como para progresistas, queda patente en las descripciones a posteriori de diversos autores. Vítor Manuel Aguiar e Silva (1996) resalta el carácter aristocrático del movimiento; entretanto Arnold Hauser (1995) afirma que el Romanticismo era burgués por excelencia. La figura del revolucionario profesional, una creación de la revolución francesa, es esencialmente romántica. Por otro lado, la creación y la narrativa nacionalista romántica de la Historias Nacionales es conservadora también, en la medida en que sirve a los diversos intereses de las elites locales. En suma, el Romanticismo acabó siendo apropiado por diversas clases sociales y grupos políticos, bajo los más diversos aspectos.

El nacionalismo de base romántica, tan presente en la mentalidad occidental cuando el conflicto explotó en 1914, aún era una novedad. Era como una onda poderosa, iniciada poco antes, a partir de la revolución francesa. Combinaba tempestad e ímpetu - Sturm und Drang - con tradiciones construidas4 4 Una tradición, cualquier tradición, naturalmente posee un inicio. Sin embargo, a lo largo de las construcciones intelectuales de las naciones a lo largo de los siglos XIX y XX, la invención de las tradiciones nacionales quedó bien clara. Un ejemplo, entre muchos, fue la identificación de la joven República brasileira (1889) con la revolución francesa, en una clara tentativa de conferir legitimidad a un cambio de régimen político sin la participación de la ciudadanía. Marianne, que simboliza a la República francesa, también es símbolo de la República brasileira, aún en el siglo XIX. . La nación - entidad poderosa y aglutinadora, resignificada con la fuerza de la revolución - confería sentido a la vida de los ciudadanos. Tal sentido se hacía presente con los símbolos nacionales y las tradiciones históricas. Es importante frisar el ardor nacionalista mezclado con tradiciones históricas construidas. Las historiografías nacionales, narradas como historias romanescas, enfatizan la nación como el gran héroe que supera los obstáculos y sigue en frente, de modo linear.

Tal tendencia puede ser bien representada por la obra Ivanhoe (1819), escrita por el escocés Walter Scott (1994SCOTT, W. Ivanhoe. London: Penguin Books, 1994.). Scott fue el inventor del romance histórico, género en el cual personajes ficticios coexisten con personalidades históricas. En ella, el héroe, sir Wilfred de Ivanhoe, convive con el rey Ricardo Corazón de León, con el príncipe Juan Sin Tierra y hasta con Robin Hood, en la Inglaterra del final del siglo XII. El papel heroico del caballero medieval es revisado bajo la perspectiva nacional del siglo XIX. Intereses privados deberían ser puestos en segundo plano delante de las demandas nacionales. La nación protege hijos y les confiere sentido a través de la unión de todos:

[…] quién está en vuestra presencia es Ricardo Plantagenet. Ricardo d’Anjou! - exclamó Cedric [padre de Wilfred de Ivanhoe], retrocediendo de sorpresa. No, noble Cedric: Ricardo de Inglaterra, ¡cuyo mayor interés es ver sus hijos unidos entre sí! (SCOTT, 1994, p. XLIISCOTT, W. Ivanhoe. London: Penguin Books, 1994.).

Unión de todos en un cuerpo uniforme. ¿Pero unión contra quién? Al final, el nosotros apenas existe - obligatoria y necesariamente - en contraposición al ellos. Durante la Crisis de Julio de 1914, un discurso generalizado entre los europeos era justamente la defensa de la cultura y de la civilización nacionales contra el barbarismo extranjero. Alemanes, austrohúngaros, franceses, ingleses y rusos se nombraban protectores de los sagrados valores nacionales contra ellos - quiere decir, los otros, especialmente contra los enemigos de la nación.

Siendo la nación una comunidad imaginada, en la feliz definición de Benedict Anderson, la misma se asienta en el duplo juego de la identidad. Al afirmar lo que es, el sujeto también dice lo que no es, en una acción circular. En 1914-1918, los ethos nacionales se chocaron y enfrentaron dramáticamente en los campos de batalla. Al respecto, parece pertinente llevar en consideración que un documento esencial para la imaginación de una nación alemana es la obra Germania, escrita por Cornelio Tácito, en el primer siglo después de Cristo. Republicado sucesivamente a partir del siglo XVI, fue leído ávidamente por jóvenes germánicos a partir del siglo XVIII (ARGUELHES, 2013, p. 131ARGUELHES, D. Sob o céu das valquírias: as concepções de heroísmo e honra dos pilotos de caça na Grande Guerra (1914-18). Curitiba: CRV, 2013.). Así los antiguos germánicos descritos por Tácito eran guerreros corajosos y leales, que vivían frugalmente, y además que consumían en exceso bebidas alcohólicas en los banquetes.

Así las cosas, duelos y bebederas eran la piedra angular de las asociaciones y movimientos nacionalistas y pangermanistas alemanes, a partir del siglo XIX - también denominados Corps y Burschenschaften. Vistos con desconfianza durante la primera mitad de los ochocientos - reflejos directos de la Santa Alianza postnapoleónica -, en un primer momento las asociaciones y movimientos nacionalistas fueron perseguidos en las provincias germánicas - en mayor o menor grado, dependiendo de las autoridades locales -, aumentando así la predisposición de algunos de sus miembros al martirio. Ello cambió radicalmente después de la unificación alemana, en 1871, cuando aquellas antiguas asociaciones y movimientos nacionalistas fueron institucionalizados en las universidades, erigiéndose las mismas en la puerta de entrada para la alta sociedad (GAY, 2001, p. 28-31GAY, Peter. A experiência burguesa da rainha Vitória a Freud: o cultivo do ódio. São Paulo: Companhia das Letras , 2001. v. 3). Así, en poco tiempo, el furor teutonicus de la Antigüedad caminaba lado a lado con la formación - didung - aristocrática medieval. El guerrero alemán, en esta perspectiva, tendría un código de ética a ser seguido. Lo que no implica automáticamente en un modelo perfectamente fundamentalista. Sea como fuere, un nacionalismo exacerbado era evidente en la Alemania y en las otras grandes potencias de la así llamada Belle Époque.

Ante el impase de las trincheras, no mejorada por la táctica de la usura, se apeló para novedades tecnológicas. Gases venenosos, carros blindados y guerra submarina acabaron por no surtir efectos decisivos. Ya el avión, novedad inventada en la década anterior al inicio del conflicto, demostró buena parte de su potencial ya en aquella guerra, a pesar de que inicialmente no era ninguna unanimidad.5 5 Muchos generales, de ambos lados, dudaban de la efectividad del avión. Algunos llegaron a afirmar que sería imposible para el piloto respirar en velocidades sobre los 100 kilómetros por hora, o al menos observar objetivos en el suelo. Los blindados - tanques -, por otro lado, solamente se desarrollaron plenamente a nivel táctico-operacional a partir de la obra del general alemán Heinz Guderian, Achtung Panzer!, en los años 1930, y de la aplicación práctica de las proposiciones de él en la Blitzkrieg durante la Segunda Guerra Mundial.

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Los aviones, en los primeros meses del conflicto de 1914, eran usados exclusivamente en la tarea de observación. Frágiles, eran básicamente estructuras de madera engatadas a motores, y finalmente cubiertos de lonas. En su mayoría, eran biplanos - dos alas superpuestas - y biplaces (dos lugares), los cuales acomodaban al piloto y al observador. Este último era responsable por fotografiar las disposiciones de las tropas enemigas, concentraciones de artillería y depósitos de abastecimientos. En cualquier conflicto, la tarea de obtener informaciones confiables sobre el adversario es esencial. Paulatinamente, los observadores pasaron a cargar pistolas y carabinas, con el propósito de derrumbar aviones adversarios.

Entretanto, era muy difícil derrumbar una aeronave con tales imprevistos. Aun cuando dotado de ametralladoras laterales, volar y mirar eran dos actividades que mutuamente se perjudicaban. Se tornó necesario fabricar aeronaves especializadas en derribar o abatir otros aviones (cazas), con armas disparando munición al frente. De este modo, en la dirección que el avión apuntase, el disparo sería realizado. La fragilidad de las alas, de lona sobre varas de madera, no posibilitaba el encaje de ametralladoras. Estas tendrían que ser encajadas en la parte frontal del avión. Sin embargo, la hélice del mismo se tornó un obstáculo. Británicos y franceses adoptaron soluciones provisorias. Los primeros construyeron aviones impulsores (la hélice, en la parte trasera, lo empujaba para el frente). De esta manera, el arma disparaba libre. Sin embargo, el desempeño de ese tipo de avión no era satisfactorio. Los franceses adaptaron chapas deflectoras de acero en las hélices de un monoplano Morane-Saulnier L, conocido como Parasol. El gran problema eran justamente los proyectiles regresando en la dirección del piloto, después de alcanzar la chapa deflectora (CROUCH, 2008, p. 169ssCROUCH, T. Asas - uma história da aviação: das pipas à era espacial. Rio de Janeiro: Record, 2008.).

La solución técnica que se mostró más adecuada fue del ingeniero holandés Anthony Fokker, que fornecía aeronaves a los alemanes. El Fokker Eindecker, un monoplano monoplace - un plano de alas, de un lugar -, de 1915, fue equipado con un interruptor en las ametralladoras frontales. Cuando la hélice pasaba por la línea de tiro, las ráfagas de tiros eran interrumpidas; se tiraba en los intervalos de las hélices. El Eindecker era el primer avión de caza eficiente de guerra.

En ese contexto, rápidamente el derribo de aviones enemigos excitó la imaginación general. Y en numerosas oportunidades se acabó comparando aquella actividad militar a un deporte:

[un] famoso deportista aéreo francés, Adolphe Pégoud, consiguió abatir seis aviones el mismo año [1915]. La prensa francesa lo aclamó como As de la aviación. Esa expresión local designaba antes de 1914 a las estrellas del deporte; después Pégoud pasó a significar un piloto que había abatido muchos aviones. Luego, se estableció tácitamente que merecería el título quién alcanzase al menos la marca de cinco victorias. La victoria - expresada en inglés como kill - remite al derribo o abate de alguna aeronave (GUNSTON et al., 1975, p. 21-35GUNSTON, Bill et al. The encyclopedia of air warfare. London: Spring Books/Salamander Books, 1975.)

La figura del piloto de caza, por tanto, fue revestida de innúmeros significados a lo largo del conflicto. Denominados dogfights, los combates aéreos, así como los deportes, requerían inteligencia, habilidad, prudencia y suerte. Tal actividad estimulaba la imaginación popular, desde propaganda básica para aumentar la moral de las poblaciones y tropas, hasta como un medio de escape, representando un objetivo militar (superioridad aérea sobre el campo de batalla) como una competencia deportiva - quien abate más víctimas.6 6 Sigue una lista de Ases de la Gran Guerra, por abates: 1) Manfred Freiherr von Richthofen, 80 victorias (Imperio Alemán); 2) René Paul Fonk, 75 victorias (República Francesa); 3) Edward Mannock, 73 victorias (Reino Unido); 4) William Bishop, 72 victorias (Canadá); 5) Ernst Udet, 62 victorias (Imperio Alemán); 6 Raymond Collinshaw, 60 victorias (Canadá); 7) James McCudden, 57 victorias (Reino Unido); 8) George Guynemer, 54 victorias (República Francesa) (GUNSTON et al., 1975, p. 36-41).

El encuadramiento de los combates aéreos bajo la óptica del deporte es un indicio no apenas interesante, sino también revelador. Carl von Clausewitz compara la guerra con el juego en su obra seminal (CLAUSEWITZ, 2010, p. 21-23CLAUSEWITZ, C. Da guerra. 3a. ed. São Paulo: Martins Fontes , 2010.). La estructura de ambos es idéntica, pues no se trata de la actuación humana sobre una masa inerte (como la carpintería, por ejemplo), sino que la colisión de dos fuerzas vivas. Un lado busca la victoria y el otro también. A pesar de la comparación, Clausewitz encierra este pasaje resaltando que la guerra es un medio serio con vistas a un objetivo serio. Sin embargo, el juego también puede ser serio. Si la seriedad excluye el concepto de juego, el juego no excluye la misma.

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Para el historiador holandés Johan Huizinga (1999, p. 3HUIZINGA, J. Homo ludens: o jogo como elemento da cultura. 4a. ed. São Paulo: Perspectiva, 1999.), el juego es una actividad que precede la cultura humana, pues hasta los animales juegan.7 7 Huizinga (1999, p. 33) define el juego como una “actividad u ocupación voluntaria, ejercida dentro de ciertos y determinados límites de tiempo y de espacio, según reglas libremente consentidas, pero absolutamente obligatorias, dotado de un fin en sí mismo, acompañado de un sentimiento de tensión y alegría y de una consciencia de ser diferente de la ‘vida cotidiana’”. La motivación última del juego es un hecho en sí mismo: se juega porque es divertido; es divertido, porque es divertido. Esa obra fue originalmente publicada en holandés (1938), y en la misma no hay distinción lingüística entre jugar y brincar, como existe en la lengua portuguesa. El verbo holandés spiel tiene el mismo significado que el alemán spiel y el inglés play, comportando ambas significaciones. Por tanto, usaremos aquí jugar y brincar como sinónimos, cuando tratamos de la obra Homo ludens. Más allá de ejercer la función de entretenimiento, el juego marca profundamente la civilización - concepto que tomamos aquí como contención de los impulsos naturales por actitudes refinadas. Huizinga (1999, p. 101HUIZINGA, J. Homo ludens: o jogo como elemento da cultura. 4a. ed. São Paulo: Perspectiva, 1999.) corrobora la asertiva de Clausewitz: “llamar ‘juego’ a la guerra es un hábito tan antiguo cuanto la existencia de esas dos palabras”. Con todo, la guerra solo mantiene una función cultural si, y solamente si, los adversarios se respetan como antagonistas de igual valor (HUIZINGA, 1999, p. 102HUIZINGA, J. Homo ludens: o jogo como elemento da cultura. 4a. ed. São Paulo: Perspectiva, 1999.).

A partir del momento en que el otro es encarado como un ser despreciable que debe ser aniquilado a cualquier costo - o sea, cuando se niega la humanidad del adversario -, la guerra se transforma en una masacre indiscriminada. Un buen ejemplo de esto es la guerra contra el terrorismo emprendida por los Estados Unidos a partir del inicio del siglo XXI. Los terroristas carecen de cualquier status jurídico, ni siquiera humano8 8 No cuesta nada recordar que el primer significado de la expresión terrorismo en el campo semántico político remite al Terror de Estado: el gobernante usando el Leviatán para asustar a los súbditos, desde Cricias, uno de los treinta tiranos de Atenas en la antigüedad. Terrorismo pasó a ser asociado a grupos privados a partir de siglo XIX. Según la famosa fórmula de Carl Schmitt, soberano es aquel que puede decretar Estado de Excepción, podemos decir también que soberano es aquel que puede decir quién es y quien no es terrorista. . Eso no implica, por otro lado, en afirmar que la guerra puede ser una actividad elegante y sofisticada. Sea como fuere, el respeto mínimo al adversario impide que la guerra se torne una actividad absolutamente bárbara. La Gran Guerra de 1914-18 extrapoló tales límites, al ser trabada de modo total. ¿Las actitudes de los pilotos de caza de aquel conflicto pueden haber sido excepciones?

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El inicio de la era de los Ases fue marcado por dos deportistas franceses, ya famosos en la preguerra: Adolphe Pégoud y Roland Garros. El primero murió aún en 1915 y el segundo fue capturado por los alemanes. Reintegrado al servicio aéreo, después de ser suelto en 1918, Garros murió luego después de un accidente de vuelo. El deporte sería luego substituido por tácticas de combate, construidas mientras se peleaba en los cielos. Las principales tácticas de combate aéreo, algunas en uso hasta hoy, fueron desarrolladas por el Hauptmann (Capitán) Oswald Boelcke (1890-1916), organizador de las escuadrillas de caza (Jagdstaffel) del servicio aéreo del ejército alemán. Con la superioridad del Fokker Eindecker, surgió aquello que fue llamado Flagelo Fokker, el cual duró el resto del año de 1915. En las manos de pilotos habilidosos, como el ya citado Boelcke, y además Max Immelmann (1890-1916), Kurt Student (1890-1978) y Hans-Joaquim Buddecke (1890-1918), el caza alcanzó su más alto potencial mortífero. Apenas en 1916 los franceses y británicos equilibraron los combates aéreos, con nuevos aviones que también utilizaban ametralladoras sincronizadas.

Entre las victorias de Garros y Pégoud, el Flagelo Fokker, y el final del conflicto se sitúa el período llamado Era de los Ases, en la que pilotos de caza intentaban, además de superar los adversarios y permanecer vivos, superar las marcas unos de los otros. La prensa noticiaba no apenas las victorias de los pilotos nacionales o coaligados, sino también igualmente las de los enemigos. De ahí la importancia [tanto] de las noticias de muerte de un As enemigo por un nacional, cuanto de la negación cuando ocurría lo opuesto. […]

La propaganda acerca de los pilotos era intensa, especialmente entre franceses y alemanes. […] Al examinar la cartera de un francés abatido, ya muerto, Ernst Udet encontró un recorte de un periódico local, con la foto de él mismo. Abajo, había la inscripción: ‘As de los ases boche […], que substituyó [Manfred von] Richthofen y suplantó [René Paul] Fonk: [¡]40 victorias!’ Él había matado un admirador. (ARGUELHES, 2013, p. 53-54ARGUELHES, D. Sob o céu das valquírias: as concepções de heroísmo e honra dos pilotos de caça na Grande Guerra (1914-18). Curitiba: CRV, 2013.).9 9 Boche, así como Huno, era el nombre peyorativo para alemán, utilizado por franceses e ingleses. Obviamente, el número de victorias de Fonk era relativo a aquel momento de la guerra, y no su récord final (75 victorias).

El clima del combate, tenso por definición, era narrado como deporte, competencia. Además de eso, también como fama. En suma, un aura de glamur envolvía aquella actividad mortífera. Mortífera, pues el promedio de vida de un piloto de caza en el frente occidental en 1916 era calculada en semanas. Y durante el así llamado Abril Sangriento de 1917 - cuando los británicos perdieron más de 300 pilotos y observadores -, el promedio de vida era calculada en poco más de 17 horas de vuelo (WINTER, 1983, p. 153-156WINTER, D. The first of the few: fighter pilots of the First World War. Athens: University of Georgia Press, 1983.).

Los aviadores ingleses sufrieron grandes pérdidas durante el conflicto. El entrenamiento ya era problemático. Al todo, el Royal Flying Corps y el Royal Navy Air Service, unificados en el Royal Air Force-RAF, la primera aeronáutica independiente del mundo, perdió 14.166 pilotos, ¡siendo que 8.000 de ellos fueron víctimas durante el proceso de entrenamiento en el Reino Unido! En otras palabras, el entrenamiento de los nuevos pilotos ingleses fue más mortífero que la acción enemiga. En el embate directo contra el servicio aéreo germánico, el índice de pérdidas británico era de cuatro para uno. Ya franceses y alemanes cuidaban del entrenamiento de los nuevos pilotos con mayor esmero. Así, al contrario de la isla, los accidentes eran raros.

Aún con todos los riesgos, el cotidiano de los pilotos era menos sacrificante que el de los soldados de la infantería. Estos quedaban en trincheras, sujetos a infecciones y piojos, además de los tiros de obuses y gases venenosos. Los pilotos o se alojaban en châteaux, o quedaban en campamentos próximos a la línea de frente. Era una fuerza de élite en contraposición a los infantes. Asimismo, se enfatizó en gran medida el reconocimiento mutuo entre los pilotos adversarios, tratándose unos a los otros con cortesía:

Se recomendaba a los pilotos del Royal Flying Corps-RFC que, si tuviesen la infelicidad de ser abatidos atrás de las líneas de los boches, procurasen siempre incendiar sus máquinas. Un joven piloto, que un Fokker forzara a aterrizar, fue capturado antes que tuviese tiempo de poner fuego en el aparato y su captor, un aviador alemán, notando la gran ansiedad del inglés, le dijo:

- Voy a llevarlo de carro a nuestro casino, para almorzar. No se preocupe con la máquina. Ya tenemos docenas de esos viejos BE. Después del almuerzo vuelvo aquí y lo quemo para el señor (JOHNSON, 1966, p. 22JOHNSON, J. Guerra no ar. Porto Alegre: Globo, 1966.).

Una tradición cultivada por algunos escuadrones era confraternizar con los prisioneros, antes de que estos fuesen encaminados a un campo de prisioneros de guerra. En estos eventos sociales, el prisionero no era tratado como el enemigo odiado, sino como el invitado de honra. Uno de los relatos reveladores de esas ceremonias fue el del As germánico Ernst Udet (1896-1941), presente en la autobiografía Mein Fliegerleben (UDET, 1937UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937.).

Un mayor inglés había sido abatido por Lothar von Richthofen, hermano del Barón Rojo. A pesar del infortunio, él consiguió maniobrar el avión averiado y aterrizó del lado alemán de la línea de frente y fue capturado. La Jasta 11 (comandada por Udet) le ofreció una fiesta al infortunado piloto inglés. Udet relata que los alemanes evitaban conversar con el invitado sobre el conflicto, para no parecer que ellos intentaban interrogarlo. El clima apenas quedó tenso entre los anfitriones, cuando el mayor inglés precisó ir al baño, localizado del lado de fuera del club de los oficiales. En cuanto él se dirigía al local apropiado, un piloto recordó que alguien debería ir atrás, para evitar que él huyese; al final, a pesar de la fiesta, él era un prisionero de guerra. Otros pilotos reaccionaron indignados: “la hospitalidad es cosa sagrada [itálico es nuestro], y nuestra desconfianza podría ofenderlo” (UDET, 1937, p. 74UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937.). Incluso cuando él entró al baño y se sentó en el vaso - la puerta de aquel no iba hasta el suelo, dejando a muestra los pies del usuario - el piloto alemán aún pensaba que él iría huir: “Jóvenes […], aquel sujeto no está más en las botas. Dio el fuera de medias, saltando el muro del fondo. Las botas no pueden quedar en esa posición cuando…” (UDET, 1937, p. 74UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937.). Antes que él explicase la ergonomía de las piernas en un vaso sanitario, el invitado-prisionero salió del baño y retornó para la fiesta. Este percibió el clima de desconfianza: “‘Yo no me perdonaría jamás si engañase a las personas que me dan semejante hospitalidad.’ Dijo el mayor inglés, bebiendo a nuestra salud, con una pequeña sonrisa en los labios. Nosotros le agradecimos con una seriedad solemne” (UDET, 1937, p. 75UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937.). El siguiente día, el mayor inglés fue encaminado al campo de prisioneros de guerra. Durante el transporte de tren, él pidió a los soldados para ir al baño. Y ahí aprovechó para huir.

Las referencias a la cortesía y a la hospitalidad no son fortuitas. Como un contrapunto a la matanza indiscriminada de los combates terrestres, algunas narrativas intentaron encuadrar el cotidiano de los pilotos bajo el ángulo caballeresco. La principal fuente de tales modelos heroicos caballerescos es la literatura. Tal colocación no implica que probaremos aquí que los pilotos estudiados eran ávidos lectores y/o que por ello narraran sus propias aventuras a partir de arquetipos literarios. Como la fuerza de un mito, los modelos heroicos no precisan ser leídos para ser conocidos. Así, usaremos los modelos heroicos clásicos como coordinadas a ser procuradas en nuestras fuentes principales, las autobiografías de dos Ases de la Gran Guerra: Manfred Freiherr von Richthofen y Ernst Udet.

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El inicio de la literatura occidental ya expresaba ideas de honor y heroísmo: en la Ilíada de Homero encontramos conceptos perennes en ese campo. La Ilíada es un poema de la ira de Aquiles, el mejor de los aqueos, áristos akahiôn. Áristos significa el mejor, más virtuoso. Es derivado de areté, que es traducido justamente como virtud. Conviene recordar que el concepto de virtud de la antigua Hélade es diferente del actual, inspirado por el cristianismo. La virtud esencial del hombre es ser más fuerte, valiente y hábil que los demás. No es cualquier humano que posee tales cualidades, apenas los aristói, nobles. La expresión héroe en la Ilíada es sinónimo de áristos. Homero los usa como sinónimos a lo largo de toda la narrativa. Ser noble, por tanto, era ser virtuoso, dotado de cualidades y honrado. Según tal concepción, el noble era naturalmente superior al plebeyo.

El honor es un bien social, debe ser mantenido y defendido delante de todos. Un insulto al honor apenas puede ser reparado públicamente, preferencialmente a través de un duelo. La nobleza homérica debería siempre demostrar ser merecedora de los privilegios que detenía. Ellos eran kaloì tè kaì agathói, bellos y buenos, en contraposición a los plebeyos kakoí, feos y malos. Una reprehensión pública al noble era algo calamitoso. La expresión aidôs, vergüenza a vos, confrontaba el áristos delante de la sociedad. El célebre pasaje de la Ilíada, sobre la amonestación de Sarpedón a Glauco - cuando éste no quería dirigirse a los combates - ilustra bien nuestra argumentación:

Óyeme Glauco: ¿por qué somos ambos honrados en Lícia con los primeros lugares en las fiestas, asados y vino siempre abundante, y los del pueblo nos ven como a dioses eternos?

Nos dieron junto de las márgenes de Xanto, también, un terreno, propio, igualmente, para uso del arado y cultivo de frutas. Por todo eso nos corresponde ocupar la vanguardia de los Lícios el puesto de honor y estar siempre donde la lucha exigir más esfuerzo para que pueda decir que cualquier Lício de fuerte armadura: ‘Sin grandes títulos de honor no es que en Lícia gobiernan nuestros reyes, y consumen terneros vistosos, bebiendo vino de dulce paladar. Es bien grande el vigor que demuestran cuando al frente de nuestros guerreros al enemigo atacan. Ah, querido amigo, si, escapando de la guerra terrible, por cierto, a luchar en la delantera de los nuestros, ni te haría ingresar en las batallas que a los hombres dan gloria. Pero, en vez de eso, cercados estamos por muchos peligros y por la Muerte, de la cual nadie puede escaparse o eximirse. Vamos, por tanto, a dar gloria a cualquier, o de alguien recibirla’. No vuelva Glauco de allí, pues oírle el discurso; obedece; y ambos se ponen a guiar las filas compactas de los Lícios (HOMERO, 2002, p. 310-30HOMERO. Ilíada. Rio de Janeiro: Ediouro, 2002.).

La transcripción demuestra bien los puntos clave del heroísmo antiguo. No bastaba ser bien nacido. El noble era demandado para ser el primero en la defensa del cuerpo político - esto es, del Estado. Como la vida es la única posesión que se pierde en definitivo, tiene mayor valor quien la arriesga cotidianamente en las batallas. La fuerza y destreza del héroe, sumadas al coraje y sacrificio del mismo, lo garantizaban en el puesto de honor.

Al mismo tiempo que el héroe precisa dar satisfacciones públicas del propio valor, él también tiene que ser reconocido por la sociedad. El trofeo es la señal exterior de la victoria del héroe. De ahí la importancia de despojar al antagonista de la armadura y de las armas. Cuando Patroclo fue muerto, portando la indumentaria de Aquiles, se inició una lucha dramática, entorno del cuerpo, por la magnífica panoplia - fabricada por Hefestos. La exhibición del trofeo servía para mostrar el valor del combatiente. Los trofeos de los guerreros homéricos tenían otro aspecto crucial. Además del simbolismo de la fuerza y de la destreza, poseían un valor intrínseco. No eran medallas, conchas o palmas, era oro, piedras preciosas, ciudades enteras, caballos, y esclavas bellas y jóvenes.

La segunda categoría de premios es el reconocimiento público del héroe. En esta partición existe, además del kléos, la suprema honra, la así llamada bella muerte. Para el pensamiento griego, el único ser mortal que existía era el hombre. Todos los demás seres - con excepción de los dioses -, por el hecho de no poseer personalidad, solo existían como miembros de una especie; eran, por tanto, biológicamente inmortales. Ya el hombre, poseedor de una conciencia individual, no se pierde en el conjunto de la especie. Entretanto, el individuo muere. La muerte llega para todos los humanos, independientemente del carácter, posición social o étnica: “muere de la misma manera el inactivo o el esforzado guerrero” (HOMERO, 2002, p. 320HOMERO. Ilíada. Rio de Janeiro: Ediouro, 2002.). El único acceso del ser humano a la inmortalidad sería a través de las acciones. Las acciones extraordinarias de los héroes son recordadas por los sucesores. Una de las preocupaciones de Heródoto al escribir la Historia fue justamente esa, que las generaciones futuras no se olvidasen de hechos de los antepasados griegos y de los bárbaros, y alabasen esas acciones a lo largo del tiempo.

Hace parte de esta concepción la idea de la así llamada bella muerte. Ella ocurre en combate heroico, principalmente en la juventud; para los viejos, cobardes y hombres comunes, la muerte es siempre fea. En la arenga de Sarpedón a Glauco, la “bella muerte” es invocada. La muerte alcanza a todos los hombres, por tanto, los héroes tienen que morir de modo diferente de los hombres ordinarios. Como la vida es la única cosa que el viviente pierde en definitivo, se tornan dignos de admiración aquellos que escogieron arriesgarla, participando constantemente en el campo de combate. El hombre puede intentar agarrarse a la vida con todas las fuerzas, deshonrándose en ese proceso y, como máximo, consiguiendo postergar algún tiempo lo inevitable. O entonces puede escoger colocar la vida en riesgo, ejecutando aristéias constantes hasta alcanzar el supremo kléos, la bella muerte. Cuando Aquiles encontró Licáon, uno de los hijos de Príamo, por la segunda vez, Licaón suplicó de rodillas, intentando conservar su vida, aunque fuese cobardemente. En la respuesta de Aquiles, la oposición entre la “bella muerte” y la “muerte fea” queda patente:

Muere, también, querido amigo, ¿Por qué lastimarte tanto? ¿No murió Pátroclo, héroe más importante que tú? Mira como soy bien formado y de grande estatura; provengo de genitor valeroso; una diosa inmortal me dio vida. Queda sabiendo, entretanto, que la Muerte ya me anda pisando los talones. No está lejos el momento, en medio del día, o sea ello por la mañana o de tarde, en que la vida alguien venga a tirarme, sea con lanza, de cerca, o con flecha que del arco dispare (HOMERO, 2002, p. 106-113HOMERO. Ilíada. Rio de Janeiro: Ediouro, 2002.).

Todos mueren, del más glorioso al más vil de los hombres. Entretanto, la actitud frente a la expiración del soplo vital sirve como más un indicio de aquello que separa a los héroes de los hombres comunes.

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La Edad Media dio continuidad, en larga medida, a los modelos heroicos. La resignificación cristiana de la caballería, ocurrida entre los siglos XI y XII, dejó marcas profundas en el pensamiento medieval. No apenas dio nuevo ordenamiento a la forma de combatir, sino que también otorgó normas para el ingreso en la orden y sobre el comportamiento esperado de un caballero; o sea, operó un proceso civilizatorio, en el sentido conferido a este por Norbert Elias: el refinamiento de los mecanismos de control y autocontrol de los impulsos agresivos de los individuos en la práctica de las relaciones sociales (ELIAS, 1997, p. 42-44ELIAS, N. Os alemães. Rio de Janeiro: Zahar, 1997.). El ideal civilizatorio caballeresco se diseminó por Europa en los altos estratos sociales, influenciando el comportamiento occidental, aún después de la decadencia de la caballería en las batallas. Entre la Alta y la Baja Edad Media, la clase caballeresca fue ennoblecida, y los nobles se armaron como caballeros.

El ingreso en la orden caballeresca se tornó, también, un sacramento eclesiástico. Basado en las antiguas tradiciones germanas, de armar los jóvenes en asambleas públicas, el adoubement - del término franco dubban (batir, aplicar) - fue fijado por la Iglesia a partir del siglo XII (FOSSIER, 2004, p. 10-11FOSSIER, R. Adoubement. In LIBERA, A. et al. (Orgs). Dictionnaire du Moyen Âge. Paris: PUF, 2004.). Un caballero podría ser ordenado antes o después de una batalla, siguiendo un rito sumario. En ocasiones menos urgentes, el ritual era extenso y caro - el citado adoubement. Primero el infante era admitido como escudero, para servir un caballero y aprender el oficio. Cuando el escudero era considerado apto para ser ordenado - en media a los 21 años de edad -, era bañado ritualmente, quedando en vigilia y ayuno durante la noche anterior, en una iglesia. Al día siguiente se confesaba y, en medio a una misa solemne, recibía la indumentaria de caballero - túnica blanca, manto rojo y jubón negro simbolizando, respectivamente, la inocencia, el autosacrificio y la muerte -, además de la malla protectora, de la armadura y de los instrumentos de combate: la lanza, la espada, el escudo y las espuelas. La lanza significaba la verdad, cosa recta que no se tuerce; va enfrente de la falsedad. La espada franca es semejante a la Cruz; ella está diseñada para que el caballero logre vencer a los enemigos de Cristo; tiene dos lados para mantener la caballería y la justicia. El escudo, que quedaba entre el caballero y el enemigo, era como la caballería colocada entre el rey y el pueblo. Las espuelas aludían a la diligencia, avidez y ansia del caballero para mantener la orden honrada (LLULL, 2000, p. 2-11LLULL, R. O livro da ordem de cavalaria. São Paulo: Editora Giordano, 2000.).

Juraban profesar y proteger a la fe cristiana, asistiendo a misa todos los días y obedeciendo a los prelados; combatirían apenas otros caballeros, de modo honrado, en igualdad de condiciones; protegerían a las viudas, huérfanos e indigentes; procederían con lisura y siempre dirían la verdad; promoverían la justicia, en colaboración con las autoridades locales; y siempre llevarían hasta el fin cualquier misión iniciada. Ya el rito sumario envolvía un caballero (apenas los caballeros podían ordenar nuevos caballeros) y un candidato considerado digno. La espada era colocada en los hombros del postulante, después este recibía un golpe ritual también en el hombro, en cuanto profería el juramento. Estos son, entretanto, los modelos generales. Las ceremonias y juramentos variaban de tiempos en tiempos y de un lugar para otro.

Sobre el coraje, a primera vista, no tenemos novedades. Los héroes de la caballería medieval, especialmente los arturianos, enfrentaban diversos peligros. El coraje de los caballeros es probado, en la mayoría de los casos, en las aventuras. La aventura, a la moda arturiana, es sensiblemente diferente de las hazañas en otros cantares heroicos, pues no se trata de una misión militar específica, sino de un encuentro peligroso, en el cual el caballero se prueba. Las aventuras, en la mayor parte de los casos, no se encajan en la misión principal. En La búsqueda del Santo Grial, obra anónima del siglo XIV, los compañeros de la Mesa Redonda se envuelven en diversos episodios de los cuales la búsqueda por el Grial era independiente. La trampa en el castillo Felón consistía en exhibir un aviso sobre la captura y la muerte de quien lo adentrase. Tal situación, lejos de ahuyentar a los caballeros, servía como un atractivo irresistible para los sedientes de gloria y fama (A DEMANDA DO SANTO GRAAL, 1999, p. 498ANÓNIMO. A Demanda do Santo Graal. 2a. ed. Cotia: Ateliê Editorial, 1999.).

Tal vez el mejor ejemplo de esta característica esté contenido en el romance Yvain, de Chrétien de Troyes (1989DE TROYES, C. Yvain, o Cavaleiro do Leão. Rio de Janeiro: Francisco Alves, 1989.). El caballero Calogrenante procuraba una prueba para su propia fuerza y coraje, cuando un campesino le contó sobre una fuente maravillosa que corría bajo un árbol: al lanzar el agua de la fuente, con una palangana de oro, por sobre una placa de esmeralda, la cual estaba al lado del árbol, ocurría una tempestad tan fuerte que hombre ninguno escapaba vivo. El caballero obviamente no resiste, hace el test y sobrevive para contar la hazaña. Cuando el rey Arturo, Yvain y los demás caballeros escuchan el relato, siete años después, se encaminan para el local para también se probar. Los caballeros, tal como los guerreros homéricos, tenían el impulso de probar que cada uno era el mejor, superando los otros; entretanto, en lugar de hacerlo en las batallas, buscaban esos desafíos fortuitos.

El caballero se veía obligado - en tesis - a seguir un código rígido de conducta. En tesis, pues entre el nómos y el cotidiano existe una larga distancia. Un William Marshal estaba muy lejos de la perfección moral de un Galaaz o de un Perceval. Aun así, William, al lado de Godofredo de Bulhões y Tancredo de Sicilia, figuran entre los caballeros históricos ejemplares. Con la emergencia del Romanticismo, la caballería noble medieval fue revisitada desde la perspectiva del nacionalismo. La fidelidad a la religión cristiana fue sobrepujada por la lealtad a la nación, conforme ya fue mostrado en el romance Ivanhoe, de los primeros años del siglo XIX.

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En una obra reciente, Allen Frantzen estudió las motivaciones caballerescas de los soldados de la Gran Guerra. En Bloody good, el autor hizo “un tour en pocos campos de batalla, muchos cementerios y millares de memoriales, pósteres y tarjetas postales que conmemoraban la I Guerra Mundial” (FRANTZEN, 2004, p. 1FRANTZEN, A. Bloody good: chivalry, sacrifice, and the Great War. Chicago: The University of Chicago Press, 2004.). En este viaje, Frantzen observó el idealismo caballeresco de los soldados en contraste con las armas modernas en el campo de batalla. Combatientes de los dos lados no apenas recorrían al heroísmo caballeresco, como también se apropiaban de la pasión y muerte de Cristo para explicarse a sí mismo y a los otros las razones de la guerra.

Como caballeros medievales, se veían a sí mismos como ejecutores vengando insultos a creencias sagradas e instituciones; ellos también se veían como víctimas sacrificiales. […]

La caballería ofrece respuestas conflictivas a la muerte de Cristo: tanto el deseo de vengarse contra quien lo mató como la voluntad de perdonar sus persecutores. Cristo inspira la segunda respuesta a sus seguidores, pero […] muchos de ellos, especialmente los que tienen acceso legal a los medios de la violencia, escogen la primera y no frecuentemente usan el mismo Cristo para justificar la propia decisión.

Llamo la primera respuesta de sacrificial, porque implica tirar una vida para vengar la pérdida de otra […], perpetuando la violencia cíclica. Llamo a la segunda respuesta de anti-sacrificial, porque se opone a tirar la vida y procura parar el ciclo de la violencia. […] Para los modernos descendientes [de los caballeros] […] se valida una tercera respuesta, el autosacrificio, que congrega osadía y piedad (FRANTZEN, 2004, p. 3-4FRANTZEN, A. Bloody good: chivalry, sacrifice, and the Great War. Chicago: The University of Chicago Press, 2004.).

Así la construcción de actitudes frente a la guerra se calcó, en larga medida, en el pensamiento cristiano y en la idealizada Edad Media romántica. El ejercicio de masculinidad en la guerra, entre los soldados, oscilaba entre las tres mencionadas respuestas sacrificiales. En los pósteres propagandísticos, las imágenes de caballeros medievales eran una constante, evocando la grandeza, el sacrificio, el sentido del deber y el compañerismo. La carnicería operada en las trincheras podía ser encuadrada en las tres modalidades. La aviación de caza, que quedaba aún más visible con el creciente número de victorias de los Ases, por lo menos fornecía alguna ilusión de que las muertes serían vengadas. Las pulsiones agresivas encontraban eco, y eventualmente resignificaban las experiencias agresivas medievales/caballerescas en ese paso de siglos. La caballería estaba más viva que nunca.

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La autobiografía, como fuente, remite a una inflexión importante de la historiografía de los últimos cien años. Rompiendo con la biografía de grandes hombres, a la manera de Carlyle, la historia social y la microhistoria presentaron la posibilidad de explorar, investigar y narrar eventos de personajes históricos no decisivos - e incluso hasta ‘no-importantes’, expresión que debemos colocar en una perspectiva evidentemente irónica. Todo ello se ha erigido en una forma relevante para la renovación del conocimiento, pues dichas narrativas de lo cotidiano lanzan luces y enriquecen el conocimiento histórico sobre cualquier acontecimiento. Esta tendencia es clara y evidente en el libro La Belleza y el Dolor de la Batalla, del historiador sueco Peter Englund (2014ENGLUND, P. A beleza e a dor: uma história íntima da Primeira Guerra Mundial. São Paulo: Companhia das Letras , 2014.). De gran relevancia para los fines de este estudio, el libro de Edglund confirma que las percepciones, impresiones y visiones de mundo de personas anónimas - pero simultáneamente testigos directos de los acontecimientos en referencia - pueden acabar realizando, inconscientemente, contribuciones muy relevantes para la historiografía.

El uso de autobiografías, así como otros tipos de fuentes históricas, requiere atención a las especificidades de esos documentos. Como bien advierte Hans-Georg Gadamer, no existe, a priori, el método correcto de abordaje del documento histórico; existen procedimientos y estos varían de acuerdo con el tipo de fuente y de acuerdo con las percepciones del objeto.

El recuerdo, entretanto, no opera de modo objetivo y linear. Entre el acontecimiento y las aprehensiones del mismo, dentro de una red conceptual, hay lagunas y mediaciones. Jacques Lacan relaciona este movimiento en tres tiempos: el instante de ver, el tiempo de comprender, y el momento de concluir (COSTA, 1998, p. 13-14COSTA, A. A ficção de si mesmo: interpretação e ato em psicanálise. Rio de Janeiro: Companhia de Freud, 1998.). Es en este movimiento constantemente rehecho que los sujetos entienden y comprenden aquello que aconteció. Obviamente van siendo reconstruidas y reelaboradas permanentemente, cuando emergen del pasado en el tiempo presente.

Al insertar lo vivido en una red conceptual, el individuo no es un sujeto abstracto. Todo un equipaje de significados, de códigos de atribución de sentido y de carácter colectivo intervienen en la construcción de la memoria individual. Lo que se recuerda es la experiencia, pero como algo puesto en discurso, relatos se adaptan a lugares comunes (SARLO, 2007, p. 23SARLO, B. Tempo passado: cultura da memória e guinada subjetiva. São Paulo: Cia. das Letras; Belo Horizonte: Editora UFMG, 2007.). Los procedimientos analíticos aplicados al relato autobiográfico tienen que llevar en cuenta ese presupuesto.

El sujeto de la autobiografía, el autor, al contrario de lo que se pueda pensar, resalta Jean Starobinski, no es un ser existente. Es un ser referencial, el cual remite a un índice interpretativo del propio escritor, al reflexionar sobre y reflejarse en los acontecimientos relatados (STAROBINSKI, 1970STAROBINSKI, J. Le style de l’autobiographie. Poétique: Revue de théorie et d’analyse littéraires, Montreal, n. 3, p. 257-265, 1970., p. 258ss). En ese acto reflexivo, el autor opera un juego de mostrarse y esconderse - sea ese acto consciente o no. En esa misma línea, Mikhail Bakhtin profundiza esta noción cuando afirma que:

el hombre viviente se establece activamente de dentro de sí mismo en el mundo, su vida conscientemente es a cada momento una actuación; yo actúo a través del acto, de la palabra, del pensamiento, del sentimiento; yo vivo, yo me torno un acto; con todo, no expreso ni determino inmediatamente a mí mismo a través del acto; por su intermedio realiza una significación concreta y determinante; solo el objeto y el sentido se contraponen al acto (BAKHTIN, 2003, p. 128BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.).

La biografía, para Bakhtin, se establece de un modo diverso del autoinforme/confesión. Esta se organiza en el yo-para-mí, en una apreciación ética del individuo; no hay fusión entre el autor y el personaje (BAKHTIN, 2003, p. 128-38BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.). Aquella, siendo la descripción de una vida, sin tonalidades de penitencia, objetiva estéticamente la existencia del personaje en la trama histórica. Entre la biografía y la autobiografía la diferencia es mucho más externa. En los relatos biográficos, el autor y el personaje, en el límite, se tornan intercambiables (BAKHTIN, 2003, p. 138-41BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.). Al final, aun en las autobiografías, el yo es otro yo.

La perspectiva bakhtiniana postula dos arquetipos de consciencia biográfica: el aventurero-heroico y el social-de-costumbres. El primer tipo implica la “voluntad de ser héroe, de tener importancia en la vida de los otros; la voluntad de ser amado; la voluntad de superar la fabulación de la vida, la diversidad de la vida interior y exterior” (BAKHTIN, 2003, p. 143BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.). Esos valores son individualistas, pero se trata de un individualismo inmediato, por consiguiente, ingenuo, que se alimenta de la alteridad. La alteridad cuenta en la medida en que de la opinión de los otros depende la ascensión a la gloria. El héroe (entendido aquí como el principal personaje) es descrito en sus aspectos únicos, que pueden (y deben) ser admirados por la comunidad. Se preocupa también con el devenir. Desea transmitir a la posteridad una imagen correcta, digna de admiración.

A la voluntad de ser héroe se asocia inmediatamente el deseo de ser amado. La ambición “de hacer del amor anhelado del otro la fuerza motriz y organizadora de mi vida […] también constituye un crecimiento en el clima de consciencia amorosa del otro” (BAKHTIN, 2003, p. 145BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.). El texto autobiográfico, en ese caso, es la construcción de un personaje que merece ser amado, tanto en razón de las gestas realizadas, como por los trazos de su carácter, manifestados en actos de magnanimidad, humildad, autosacrificio y dedicación a alguna causa superior.

Finalmente, también tenemos la voluntad de superar la fabulación de la vida. La fabulación, y no el cotidiano puro y simple, tal como normalmente se presenta. En suma, es la demostración de las realizaciones del personaje como únicos. Incluso la lucha por la vida puede ser tematizada de este modo: “donde el proceso vital es axiológicamente concientizado y rellenado con contenido, tenemos la fabulación […] de realizaciones de vida” (BAKHTIN, 2003, p. 145BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.). Así, se concentran en el héroe las habilidades, la personalidad positivada y las gestas singulares ante el mundo. Él se torna un modelo, en el cual los otros - seres comunes, que viven una existencia ordinaria - pueden inspirarse y (ad)mirar. Sintetizando, para Bakhtin, ese personaje es ingenuo, pues el heroísmo en él es tan condensado que casi aparece como un dato:

La vida biográfica del primer tipo es una especie de danza en ritmo lento (la danza en ritmo acelerado es la lírica); aquí todo lo interno y todo lo externo procuran coincidir en la conciencia axiológica del otro; lo externo procura interiorizarse, lo interno, exteriorizarse (BAKHTIN, 2003, p. 147BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.).

En el segundo tipo de biografía, el social-de-costumbre, el énfasis recae en lo cotidiano, en lo usual y en la vida privada, y no en las gestas extraordinarias de la esfera pública del aventurero-heroico. “Ahí predomina el elemento descriptivo […]. El amor a la vida es el amor a la permanencia prolongada de las personas amadas, de los objetos, posiciones y relaciones” (BAKHTIN, 2003, p. 148BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.). En cuanto el primer tipo busca el reconocimiento también en la posteridad, el segundo se interesa apenas en sus contemporáneos. Se ocupa menos del devenir y busca vivir el cotidiano. En este, no aparece lo extraordinario. En el límite, se aproxima bastante del personaje del autoinforme/confesión, diferenciándose apenas por el intercambio entre el autor y el personaje.

Para Bakhtin (2003, p. 152-153BAKHTIN, M. Estética da criação verbal. 4a. ed. São Paulo: Martins Fontes, 2003.), la biografía y la autobiografía son menos obras literarias, en el sentido estricto, que actos estetizados. El universo biográfico construido por ellas no es cerrado. Se integra al mundo por la relación con la alteridad. Lo más importante en una biografía es la empatía con el lector.

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La autobiografía de Manfred Freiherr von Richthofen (1892-1918RICHTHOFEN, M. Der rote Kampfflieger. 2a. ed. Berlin: Verlag Ulstein, 1933.), Der rote Kampfflieger - esto es, El piloto de combate rojo -, fue publicada por la primera vez a fines de 1917, meses antes de la muerte del aviador. En 1933, año en que Hitler ascendió al poder, fue lanzada una segunda edición, ampliada, aumentada con las cartas intercambiadas con la familia; bien como tres nuevos capítulos conteniendo las impresiones de Richthofen sobre la recepción de la obra y un apartado final sobre la función militar de la aviación. Entre esas dos ediciones, hay una intermedia, ampliada a partir de la primera y publicada en 1920, bajo el título Ein Heldenleben - quiere decir, Una vida heroica.

La muerte, en la mente de von Richthofen, debía tener un significado. “Es muy tonto morir, de manera desnecesaria, la muerte del héroe” (RICHTHOFEN, 1933, p. 67RICHTHOFEN, M. Der rote Kampfflieger. 2a. ed. Berlin: Verlag Ulstein, 1933.). Diferente del modelo homérico - en el que la afirmación de la propia aristéia se sobrepone al interés colectivo -, el sentido de la muerte, para Richthofen, reposaba en el servicio a la patria y en el auxilio a los compañeros.

El mismo autor en referencia, al relatar el abate y muerte del As inglés Lanoe Hawker, no deja trasparecer ningún sentimiento de lamento. Sea como fuere, von Richthofen deja claro el reconocimiento de la calidad del piloto. No queda menos claro el orgullo de haber derrumbado un adversario tan valeroso y famoso. Los prisioneros le informaron que Hawker sería una especie de Boelcke inglés. Engreído, el Barón Rojo tomó la ametralladora de la aeronave de Hawker y la utilizó como adorno en la puerta de entrada de su alojamiento (RICHTHOFEN, 1933, p. 114-117RICHTHOFEN, M. Der rote Kampfflieger. 2a. ed. Berlin: Verlag Ulstein, 1933.). Un trofeo de una víctima grandiosa.

Aun en las entrelíneas del relato del combate contra Hawker - el más difícil que él había enfrentado hasta entonces -, es posible percibir el sentido que el Barón Rojo daba a la muerte. Obviamente, la grandeza del adversario alimentó aún más el valor de la victoria. La competencia fue mortal, pero el posicionamiento de ambos en lados opuestos del conflicto justificaba el combate. Sea como fuere, el respeto por el antagonista no anula la sensación de la Jagdfieber (fiebre de la cacería). Todo el impulso ofrecido por la diversión del juego encontraba una justificativa moral.

En otra narrativa paralela, nuestro interlocutor ensalza la victoria de su hermano Lothar contra el inglés Albert Ball. En este caso, la muerte en combate de Ball fue descrita por von Richthofen en términos de “bella muerte”. Esa victoria suscitó controversias. Los ingleses no reconocen a Lothar von Richthofen como el verdugo de Ball, prefiriendo atribuir su causa a una falla estructural de la aeronave, o a condiciones del clima adversas10 10 Según el relato del Der rote Kampfflieger, el avión de Ball sería un Sopwith Triplane. “Los registros del Royal Flying Corps británico no corresponden al episodio descrito aquí. Tanto la fecha del encuentro como la descripción de la aeronave difieren. Ball volaba un S.E.5 en el día en que desapareció” (RICHTHOFEN, 1969, p. 102 - Peter Killduf, ‘Nota del Traductor’). Entretanto, se debe observar que Ball fue visto por los compañeros enzarzado en combate contra un avión del Circo Volador. El análisis de los destrozos reveló que la causa de la caída y muerte del As inglés fue la ruptura del ducto de combustible por un proyectil germano. En esa conclusión elíptica, no hay claridad si fue ametrallado por otro avión o por soldados en tierra. . No precisamos detenernos en esta discusión. Si la descripción dada por Manfred von Richthofen fue distorsionada por la propia esencia falible de la memoria, o si él estaba intencionalmente haciendo propaganda del país o del hermano, no nos interesa directamente.

Lo que más llama nuestra atención es la observación final de Richthofen sobre lo acontecido: el “capitán Ball había destruido treinta y seis maquinas alemanas. Él también encontró un Maestro. ¿O fue por acaso que un [hombre] grandioso como él precisaba morir igualmente al deceso de un héroe normal?” (RICHTHOFEN, 1933, p. 185RICHTHOFEN, M. Der rote Kampfflieger. 2a. ed. Berlin: Verlag Ulstein, 1933.) Un guerrero excepcional como Ball merecía algo más, la “bella muerte”. Una muerte común sería una ironía gigantesca del Destino, de la Fortuna, de los dioses, o de quien quiere que sea. Sería un desperdicio y una injusticia. Por sus realizaciones, Ball debería conquistar su ingreso en el Valhalla.

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El As germánico Ernst Udet publicó su autobiografía en 1937UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937., bajo el título Mein Fliegerleben. Lanzado años después del término del conflicto, al contrario de las otras obras analizadas aquí, el libro de Udet coloca la memoria bajo otra perspectiva. Bien conocido es el relato suyo sobre un combate con el As francés Georges Guynemer:

Habrá combate.

Nos confrontamos en la misma altura, y lanzados uno contra el otro, casi nos raspamos al pasar, zumbando.

Entramos en la curva por la izquierda. El avión del otro brilla marrón-claro al sol. Comienza entonces la caza en círculo. Visto del suelo, puede parecer con los juegos amorosos de dos grandes aves de rapiña, pero aquí de encima es un juego con la muerte. El primero que tuviese al adversario en sus espaldas estará perdido, pues el monoplaza, con sus ametralladoras fijas, solo puede tirar para el frente.

Por la retaguardia, es indefenso.

Diversas veces, pasamos tan cerca uno del otro que distingo claramente, bajo del casco de cuero, un rostro delgado y pálido. Bajo el fuselaje, entre las alas, hay una palabra en letras negras. Cuando él pasa por la quinta vez - tan cerca que soy sacudido por el viento de su hélice, descifro: ‘Vieux’ está allá - vieux - el Viejo, esto es, la insignia de Guynemer. […]

Sé que será un combate a vida o muerte (UDET, 1937, p. 58UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937.).

Este es el momento de extrema tensión, el menor descuido puede, y va a, significar la muerte. Cuando él reconoce Guynemer, sabe que las oportunidades de supervivencia son muy reducidas. A cada maniobra del alemán, el francés anticipaba el movimiento.

Continuamos haciendo nuestros círculos. Una corrida maravillosa, si la apuesta no fuese tan alta. Nunca encontré un enemigo de tamaña habilidad táctica. Durante algunos segundos, olvido que aquel del otro lado es Guynemer, mi enemigo. Tengo la impresión de estar entrenando con un viejo compañero, por encima de nuestro campo de aviación. Pero esta impresión dura solo algunos segundos.

Durante ocho minutos, damos vueltas. Fueron los ocho minutos más largos de mi vida (UDET, 1937, p. 59UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937.).

Males extremos requieren remedios extremos. Udet soltó los alerones y pasó a socar las ametralladoras con los dos puños. Y de forma dramática e inesperada, Udet habría constatado que sus vitales ametralladoras no funcionaban correctamente - lo que podría presagiar un terrible final para su vida. En cuanto eso, Guynemer lo sobrevoló invertido, y asistió a la escena. En ese momento, se operó un milagro. Nueva surtida, invertida, sobre la cabeza del alemán, y “él extiende el brazo y me hace una señal, una pequeña señal con la mano; después navega y desaparece en la dirección oeste, en dirección de su frente” (UDET, 1937, p. 60UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937.).

Hay diversas interpretaciones para la conducta de Guynemer. Él podría estar también con las ametralladoras obstruidas, o quedara receloso de que, en un último acto desesperado, fuese envestido. Udet rechaza esas conjeturas. Prefirió pensar que estaba imbuido de un espíritu caballeresco tal, que no quiso aprovecharse de un adversario en dificultades. “Y es por ello que deposito esta corona tardía sobre el túmulo desconocido de Guynemer” (UDET, 1937, p. 60UDET, E. Mein Fliegerleben. Berlin: Verlag Ulstein , 1937.).

* * *

No se procuró aquí hacer una apología de la guerra, o mostrar que los pilotos de caza de 1914-18 construyeron un modo de guerrear más humano; no existe manera “humana”, o mismo galante, de cometer asesinatos. Pero se juzgó digna de atención la capacidad de observar, en medio de los horrores de la Gran Guerra, a los enemigos como hombres valerosos, y no como inferiores que podrían ser eliminados como moscas. Si la guerra es un mal desmedido, peor aún es la inexistencia de reglas y límites en la destrucción.

Johan Huizinga afirma que la guerra mantendrá una función cultural, lúdica, siempre que los antagonistas se consideren unos a los otros como iguales. Esa función se pierde cuando los combatientes se recusan a reconocer en el otro a un guerrero igualmente capaz y honrado. La descualificación del antagonista libera al combatiente de cualquier escrúpulo para alcanzar el objetivo de la victoria.

La asociación de la guerra a los cantares heroicos se encuentra desde los primeros tiempos de lo que sería la literatura en Occidente, o sea, desde la epopeya homérica. Los cantos guerreros embalaron la guerra occidental por varios siglos. Exaltaban la bravura y el vigor físico en un primer plano, pero en la evolución narrativa alabaron aún más la inteligencia, como en los trucos de Ulises, y la firmeza de las convicciones contra todo y contra todos, ejemplificada por Aquiles y Galaaz. En esas narrativas, lo que realmente fascina no son los resultados prácticos de la actividad bélica, sino la grandeza de las gestas guerreras y la virtud - la excelencia moral de los campeones.

Fue parte esencial de este estudio la identificación de las tradiciones heroicas occidentales, de la épica helénica a la expresión literaria de la caballería cristiana en las narrativas arturianas. Analógicamente, Ivanhoe también resignifica el heroísmo caballeresco medieval, a la luz de las concepciones nacionalistas y románticas del siglo XIX.

Algunos elementos se mantuvieron en esa trayectoria: la fascinación por las proezas de las armas, la disposición al sacrificio por altos ideales, el combate como un duelo entre seres superiores, el respeto mutuo entre héroes. Otros elementos, sin embargo, fueron reelaborados. La lucha por el honor se encuadró en la conciencia nacional. Aquiles y Agamenón entraron en choque por causa del honor personal de cada uno. Diomedes y Glauco prometieron no atacar uno al otro, en nombre de algo que estaba encima de la lealtad militar: los lazos de hospitalidad. Siglos más tarde, Ricardo Corazón de León, en la pluma de Walter Scott, intenta eliminar los conflictos entre los súbditos. En siglo XIX, el bien de Inglaterra debería estar encima de todo. La idea de nación pacificaba los conflictos internos. Un refrán alemán de la época pregonaba: Du bist nichts, Dein Volk ist alles - quiere decir, Tú no eres nada, el pueblo es todo.

Todas esas concepciones, y otras tantas, de heroísmo y honor convergieron en la mentalidad de los pilotos de caza de 1914-18, en mayor o menor grado. No se pretendió aquí sugerir que los autores de las autobiografías leyeron las obras de la tradición. De hecho, no se encontró ninguna indicación explícita de ello. Sea como fuere, esos ideales no eran accesibles exclusivamente para los lectores de esas obras; estaban, y aún están, diseminados en la cultura. ¿Cuántos de los que mencionan el “caballo de Troya”, la “tabla redonda” o los “molinos de viento” leyeron efectivamente La Ilíada, La Búsqueda del Santo Grial y El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha? Mismo siendo un alumno relajado, Richthofen expresó la idea homérica de “bella muerte” al describir la caída del As Albert Ball. Antes de la Gran Guerra esas tradiciones aún estaban activas.

La influencia de la tradición homérica, entretanto, no era la misma para todos. Al final, cualquier tradición no se conserva pura y simplemente. Propusimos una escala en lo concerniente al heroísmo y caballerismo en las representaciones elaboradas por los pilotos. Los extremos de esta serían la tradición y el pragmatismo. El tipo tradicional se aproxima mucho de una ética heroica. El pragmático se ocupa en concebir toda la acción dirigida para el aniquilamiento del enemigo, sin cualquier concesión. Naturalmente son tipos ideales. No pueden ser encontrados de manera pura. Siempre hay una combinación de los elementos, en mayor o menor grado.

Richthofen y Udet están en el punto más tradicional. Aun las preocupaciones pragmáticas con el esfuerzo de guerra germánico, la organización de patrullas de combate aéreo y el sentido de deber junto a los compañeros no superaban sus ideales caballerescos. Los combaten eran, la mayoría de las veces, mortales. El post-combate era el momento de honrar el enemigo abatido o eventualmente de confraternizar.

Referencias

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Notas

  • *
    El artículo forma parte de los estudios e investigaciones realizadas en el contexto de la pasantía de postdoctorado en Defensa y Estudios Estratégicos de Delmo de Oliveira Arguelhes en la Universidad Federal Fluminense y de la pasantía de postdoctorado de Carlos Federico Domínguez Avila en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul.
  • 1
    Empleamos el término Gran Guerra - y no Primera Guerra Mundial - por el hecho de ser este último una expresión tardía. Solamente después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto de 1914-18 pasaría a ser llamado como Primera Guerra.
  • 2
    Factualmente, el asesinato del archiduque es un punto de partida utilizado frecuentemente en la narrativa de la Gran Guerra. El mismo acabó erigiéndose en un buen pretexto para que los austríacos intentasen frenar las pretensiones expansionistas de Serbia. La arquitectura de las alianzas militares europeas acabó por contribuir en la expansión de un conflicto local limitado en una guerra generalizada. Los serbios fueron apoyados por los rusos, los cuales tenían todo el apoyo de Francia. Ésta había costurado un acuerdo militar secreto con el Reino Unido. Los alemanes, que apoyaban a los austrohúngaros, asistieron, no sin preocupación, a la escalada de movilizaciones de la Entente Cordiale (Francia, Reino Unido y Rusia). El día 30 de julio de 1914, delante de los acontecimientos, el Kaiser Wilhelm II decretó Kriegesgefahrzustand (estado eminente de peligro de guerra). Al día siguiente, fueron enviados ultimatos a Francia y Rusia, los cuales no tuvieron respuesta. Así, el día 1º de agosto, ocurrió la consecuente movilización general que el Estado Mayor germano solicitaba con insistencia. El plan de guerra alemán para tal eventualidad - guerra simultánea con Rusia y Francia - venía siendo desarrollado desde 1892: el Plan Schlieffen, que consistía en una trampa montada para los ejércitos franceses, utilizando el territorio belga. Después de la derrota francesa, los alemanes serían transferidos en masa para el este. Entretanto, el plan acabó fracasando y condujo a los combates de trincheras en el oeste (CLARK, 2014CLARK, C. Os Sonâmbulos: como eclodiu a Primeira Guerra Mundial. São Paulo: Companhia das Letras, 2014.).
  • 3
    Esa apropiación del Romanticismo en todos los frentes, útil tanto para los conservadores como para progresistas, queda patente en las descripciones a posteriori de diversos autores. Vítor Manuel Aguiar e Silva (1996AGUIAR E SILVA, V. Teoria da literatura. 8a. ed. Lisboa: Almedina, 1996.) resalta el carácter aristocrático del movimiento; entretanto Arnold Hauser (1995HAUSER, A. História social da arte e da literatura. São Paulo: Martins Fontes , 1995.) afirma que el Romanticismo era burgués por excelencia. La figura del revolucionario profesional, una creación de la revolución francesa, es esencialmente romántica. Por otro lado, la creación y la narrativa nacionalista romántica de la Historias Nacionales es conservadora también, en la medida en que sirve a los diversos intereses de las elites locales. En suma, el Romanticismo acabó siendo apropiado por diversas clases sociales y grupos políticos, bajo los más diversos aspectos.
  • 4
    Una tradición, cualquier tradición, naturalmente posee un inicio. Sin embargo, a lo largo de las construcciones intelectuales de las naciones a lo largo de los siglos XIX y XX, la invención de las tradiciones nacionales quedó bien clara. Un ejemplo, entre muchos, fue la identificación de la joven República brasileira (1889) con la revolución francesa, en una clara tentativa de conferir legitimidad a un cambio de régimen político sin la participación de la ciudadanía. Marianne, que simboliza a la República francesa, también es símbolo de la República brasileira, aún en el siglo XIX.
  • 5
    Muchos generales, de ambos lados, dudaban de la efectividad del avión. Algunos llegaron a afirmar que sería imposible para el piloto respirar en velocidades sobre los 100 kilómetros por hora, o al menos observar objetivos en el suelo.
  • 6
    Sigue una lista de Ases de la Gran Guerra, por abates: 1) Manfred Freiherr von Richthofen, 80 victorias (Imperio Alemán); 2) René Paul Fonk, 75 victorias (República Francesa); 3) Edward Mannock, 73 victorias (Reino Unido); 4) William Bishop, 72 victorias (Canadá); 5) Ernst Udet, 62 victorias (Imperio Alemán); 6 Raymond Collinshaw, 60 victorias (Canadá); 7) James McCudden, 57 victorias (Reino Unido); 8) George Guynemer, 54 victorias (República Francesa) (GUNSTON et al., 1975, p. 36-41GUNSTON, Bill et al. The encyclopedia of air warfare. London: Spring Books/Salamander Books, 1975.).
  • 7
    Huizinga (1999, p. 33HUIZINGA, J. Homo ludens: o jogo como elemento da cultura. 4a. ed. São Paulo: Perspectiva, 1999.) define el juego como una “actividad u ocupación voluntaria, ejercida dentro de ciertos y determinados límites de tiempo y de espacio, según reglas libremente consentidas, pero absolutamente obligatorias, dotado de un fin en sí mismo, acompañado de un sentimiento de tensión y alegría y de una consciencia de ser diferente de la ‘vida cotidiana’”. La motivación última del juego es un hecho en sí mismo: se juega porque es divertido; es divertido, porque es divertido. Esa obra fue originalmente publicada en holandés (1938), y en la misma no hay distinción lingüística entre jugar y brincar, como existe en la lengua portuguesa. El verbo holandés spiel tiene el mismo significado que el alemán spiel y el inglés play, comportando ambas significaciones. Por tanto, usaremos aquí jugar y brincar como sinónimos, cuando tratamos de la obra Homo ludens.
  • 8
    No cuesta nada recordar que el primer significado de la expresión terrorismo en el campo semántico político remite al Terror de Estado: el gobernante usando el Leviatán para asustar a los súbditos, desde Cricias, uno de los treinta tiranos de Atenas en la antigüedad. Terrorismo pasó a ser asociado a grupos privados a partir de siglo XIX. Según la famosa fórmula de Carl Schmitt, soberano es aquel que puede decretar Estado de Excepción, podemos decir también que soberano es aquel que puede decir quién es y quien no es terrorista.
  • 9
    Boche, así como Huno, era el nombre peyorativo para alemán, utilizado por franceses e ingleses. Obviamente, el número de victorias de Fonk era relativo a aquel momento de la guerra, y no su récord final (75 victorias).
  • 10
    Según el relato del Der rote Kampfflieger, el avión de Ball sería un Sopwith Triplane. “Los registros del Royal Flying Corps británico no corresponden al episodio descrito aquí. Tanto la fecha del encuentro como la descripción de la aeronave difieren. Ball volaba un S.E.5 en el día en que desapareció” (RICHTHOFEN, 1969, p. 102RICHTHOFEN, M. The Red Baron. Translated by Peter Killduf. New York: Doubleday & Co., 1969. - Peter Killduf, ‘Nota del Traductor’). Entretanto, se debe observar que Ball fue visto por los compañeros enzarzado en combate contra un avión del Circo Volador. El análisis de los destrozos reveló que la causa de la caída y muerte del As inglés fue la ruptura del ducto de combustible por un proyectil germano. En esa conclusión elíptica, no hay claridad si fue ametrallado por otro avión o por soldados en tierra.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    2 Dic 2019
  • Fecha del número
    2019

Histórico

  • Recibido
    20 Jul 2017
  • Acepto
    13 Set 2018
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